XANA GRAZINI GONZÁLEZ. CENTRO ECUESTRE DOMASTUR – VEGA DE CIMA (NAVIA) – 49 HABITANTES
Vocación. El occidente acogió el sueño de Xana Grazini: la creación de un centro ecuestre. La joven italiana rehabilitó la antigua casa familiar hace diez años, los mismos que Domastur lleva haciendo las delicias de los amantes de la equitación. Quince caballos y mucho esfuerzo son sus medios

ÁNGELA RODRÍGUEZ

Xana Grazini es una mujer fuerte, que a los seis años ya montaba a caballo, y a los veinte domaba potros. En ese tiempo llegó a España, de donde su padre es natural, y se instaló en Vega de Cima, un pueblo de menos de veinte casas en el concejo de Navia. Y allí, en la antigua vivienda de sus abuelos maternos, creó su hogar, el de su familia, y el de sus quince caballos. «El objetivo era fundar una escuela de equitación, pero no tenía los recursos, así que empecé domando caballos como autónoma». Durante casi cinco años, Grazini ofrecía sus servicios «a la gente que tenía un caballo y bien no tenía tiempo o no sabía domarlo», algo que ella aprendió a hacer compartiendo con sus maestros italianos.

En los terrenos familiares construyó una pista de obstáculos, y mantuvo el establo para los caballos que fue adquiriendo y hoy, diez años después, Grazini ve consolidada su escuela, el Centro Ecuestre Domastur. «Es un mundo que te atrapa, no le dedicas solo una hora a la semana». Grazzini siente «pasión» por sus caballos, que aseguran «enseñan mucho más pie a tierra, haciendo el manejo. Montar es como la guinda, pero la base es saber tocarlo, saber que le gusta. Los caballos también tienen personalidad».

Empezó con seis, ahora tiene quince, pero algunos de los primeros aún la acompañan. «Mis caballos son tranquilos, mayores, de confianza para enseñar, son maestros», asegura Grazini. Así precisamente los escoge, pensando en sus principales clientes: los niños. Durante la temporada de invierno, de septiembre a mayo, Domastur cuenta con alrededor de una veintena de alumnos, que «en verano se triplican».

Un trabajo duro para Grazini, que lleva sola la escuela, y que no siempre significa beneficio. «Tengo muchísimos gastos fijos: veterinario, la comida de los caballos, herradores, seguro, mantenimiento del equipo y las instalaciones, etcétera. Es un trabajo cien por cien vocacional, económicamente se sobrevive». Los gastos se incrementan también en las competiciones. «Hace unos años creamos un pequeño equipo de competición, con el que vamos a concursar. Evidentemente, no es lo mismo para nosotros ir desde el occidente que para algunos del centro de Asturias, que tienen menos desplazamiento», apunta Grazini.

Aunque los éxitos de sus alumnas son reseñables –una reciente campeona de Asturias, y cuarta de España en su categoría, y otra ganadora de la Liga Interclubles–, Grazini trata de que en Domastur aprendan otra cosa. «Insisto mucho en que lo preparen, lo cepillen, lo lleven al pasto… los caballos te generan una responsabilidad, no es una bicicleta».

La joven organiza rutas por la costa, gymkanas y campamentos de verano, pero sobre todo transmite un absoluto respeto por los animales. «La clave es entender que el caballo tiene su carácter, su forma de comunicarse, y respetarlo». Grazini siempre tuvo claro a qué quería dedicar su vida, y objetivamente, lo consiguió. En compañía de sus caballos pasa los días, y suma años de experiencia que acreditan el valor del Centro. Una escuela humilde pero con visión, que compite en el sector.