Foto: San Antolín de Bedón, desde el fondo de la finca en la que se yergue. / O. Villa
Asturias a escala. Llanes condensa la esencia de la región como si fuera una maqueta, con las virtudes y los riesgos que ello conlleva. El desarrollo también tiene costes para una sociedad
OCTAVIO VILLA
En Llanes es posible pasar de la nieve a la playa en menos de una hora. Es un modelo a escala de toda Asturias. Tierra de leche y carne, de decenas de quesos distintos, de más de tres decenas de playas que rivalizan en lo claro de sus arenas y lo turquesa de sus aguas, de capital bulliciosa cada vez más meses del año, de puerto pesquero de bajura que dota a la capital de un ‘además’ de autenticidad, de una cordillera al sur (la sierra del Cuera, antesala de los Picos, un Himalaya versión familiar) y hasta de las dos villas que dan nombre a los atuendos tradicionales asturianos, Llanes y Porrúa.
Territorio en el límite entre las Asturias de Oviedo y las de Santillana, sufrió esa condición ya de antiguo, y aún en la guerra civil fue el escenario, en El Mazucu, de una de las tragedias disfrazadas de batalla que jalonaron el conflicto. Y lo fue por su ubicación fronteriza, de nuevo.
Pero todo lo anterior, con el estallido del turismo rural a finales del siglo pasado y con la cercanía de clientela pudiente –vascos y madrileños, fundamentalmente– hizo despegar a Llanes como cabeza del turismo comarcal, e incluso a veces regional.
La llegada de la autovía del Cantábrico fue por el oriente, no exenta de polémicas sobre los trazados, las fincas a expropiar y las zonas que beneficiaría, y eso también dio ventaja a los emprendedores llaniscos. Tanta, que hubo hasta quien se creyó el cuento de que siempre hay un cliente con más dinero y con menos exigencias. Ese relato pudo poner hace años en riesgo a la gallina de los huevos de oro, pero parece que poco a poco en Llanes se va asentando el discurso de que el turismo del norte no puede ni debe emular ni a Marbella, ni a Ibiza. De que al turista hay que mimarle para que vuelva y para que extienda boca a boca la felicidad de pasar quince días en Llanes. O más.
Porque valores y argumentos para ser algo más que playa y fiesta los tiene Llanes para repartir. Un enigmático ídolo neolítico pintado en una roca totémica, la Peña Tú. Un monasterio benedictino románico, desacralizado y propiedad privada desde la desamortización de 1836, levantado entre el siglo XI y el XIII en un estado de ruina. A su lado, sin práctica solución de continuidad, un coto truchero y una de las playas más surferas del Cantábrico, la de San Antolín. La iglesia de Niembro y su icónica imagen reflejada en la marea alta en un brazo de pequeña ría, no menos bella con la marea baja y las barcas de madera posadas sobre la arena. El campo de golf de la rasa de La Cuesta, que desde una de las sierras planas que caracterizan la costa llanisca ofrece el jugador magníficas vistas tanto del imponente Cantábrico como de la muralla del Cuera, desde cuyas cumbres, accesibles, se puede ver todo Llanes cual la maqueta que decíamos al principio, mirando al norte, y la mole de los Picos de Europa mirando al sur. E infinitos lugares más. Mil historias.
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