Mitigar el trauma requiere políticas que vertebren el territorio y atenúen la despoblación, modernizando los sectores primario y secundario

JOSÉ CARLOS LOREDO
Profesor de psicología de la UNED

Como en muchos sitios, en Asturias ha habido flujos migratorios internos y externos, relacionados con el descenso del número de habitantes en algunos concejos, fenómeno que no es en sí mismo ni bueno, ni malo. Se considera malo porque se vincula a una postración socioeconómica que traumatiza.

Paradójicamente, el trauma hunde sus raíces en la prosperidad de las décadas de los años 60 y 70 del pasado siglo, ligada a la industria pesada. La abundancia de entonces contrasta con una crisis que, procedente de la reconversión de los 80, llega hasta nuestros días. Una crisis peculiar, con algunos índices de bienestar nada bajos, pero uno de cuyos síntomas actuales es justo la pérdida de población y el vaciamiento de las alas y las cuencas.

Es tan fácil atribuir culpas (a Oviedo, Madrid, Bruselas…) como difícil manejar ese síntoma. Entender las complejas relaciones entre lo rural y lo urbano quizás ayude. Las ciudades pueden ser vampiros, seductoras y letales: atraen a la gente del campo y a la vez viven de consumir sus recursos; enriquecen y empobrecen. La aldea (no vuelvo a decir ‘campo’ porque sería como decir ‘ir de sidras’) puede ser un paraíso y al mismo tiempo una prisión donde no deseas que tus hijos se queden. Los flujos de emigración interior van de la periferia al triángulo central, el más urbanizado, y de los pueblos a las villas. Los de la exterior, a Madrid y otras urbes.

Sin embargo, sería erróneo concebir el vaciamiento de los concejos y la pérdida de población regional en Asturias según el modelo de la ‘España vaciada’.

Al menos, por dos razones. La primera es que se trata de un modelo con ciertas connotaciones de victimismo y aquí el victimismo está bloqueado por el grandonismo, que en este caso actúa como medicina, aunque en otros actúe como veneno. Lo que sí hay en Asturias es derrotismo, entendiendo por tal la sensación de ser un pueblo condenado a no recuperar la prosperidad perdida.

La segunda razón para hablar con precaución de una Asturias vaciada tiene que ver con el hecho de que la vertebración de nuestro territorio es distinta a la que, en general, se da en zonas del interior o del Mediterráneo, donde la población suele hallarse menos dispersa y predominan las concentraciones urbanas cuya forma a vista de pájaro es la de un círculo de espaldas al campo.

Aquí han existido desde hace siglos numerosas villas o polas que han descentralizado una población ya de por sí descentralizada gracias a la abundancia de caserías, integradas en montes y valles.

Ligados a esto han existido también estilos de implantación territorial bastante diversos, con formas de producción diferentes. Jaime Izquierdo Vallina, actual comisionado para el reto demográfico del Gobierno del Principado, ha distinguido nada menos que una docena de ‘culturas del país’ en Asturias.

Mitigar el trauma requiere llevar adelante políticas que vertebren el territorio y atenúen la despoblación, la cual sólo es un problema en relación con derminadas formas de vida.

En cierto modo, lo único que habría que hacer es seguir los cauces ya marcados por el tipo de poblamiento existente y las formas de producción vinculadas a él. Se debería mirar a la tradición en ese sentido y sin olvidar que en Asturias es igual de tradicional el sector secundario que el primario, y que este último no sólo incluye vacas, sino también actividades como la producción de variedades de vino, sidra y queso.

Un sector primario modernizado debería ser compatible con un sector secundario no menos modernizado, ambos basados en una sostenibilidad ambiental para cuya gestión tecnológica se cuenta además con muy buena formación.