Foto: El interior de la casamata sur de Ranón, con sus troneras para disparar hacia la boca del Nalón. / O. Villa

Ranón. Le dio nombre durante años a un aeropuerto que no está en Soto y hoy es una gloria de flores durante varios meses al año. Soto, la cuna del kiwi asturiano, guarda también cicatrices de la guerra civil

OCTAVIO VILLA

A Soto del Barco se puede ir por mil motivos. El enorme arenal de San Juan, con su complejo de dunas, con la boca de la ría del Nalón, con las vistas del hermano San Esteban y con la tradición angulera de San Juan de la Arena y su pequeña y bonita rula. También se puede ir a ver el origen de los cultivos de kiwi en Asturias, la isla del río Nalón. Y no conviene olvidarse de darse una vuelta por Santa Eulalia, donde se puede visitar la ermita, románica con influencias del gótico y que alberga un retablo mayor barroco e imágenes más antiguas que la propia ermita, entre ellas, una de la patrona de Asturias, Santa Eulalia, a la que las leyendas de la zona le atribuyen apariciones e intercesiones por los marineros en situaciones muy difíciles. La ermita está declarada Bien de Interés Cultural, y también merecería protección su entorno natural y las vistas sobre el valle del Bajo Nalón que ofrece.

Un poco más abajo, en la localidad de El Castillo se encuentra el castillo que le da nombre al pueblo, el de San Miguel. De él se cuenta que en origen fue una fortificación frente a las incursiones vikingas de finales del primer milenio. La leyenda es que entre lo que hoy es la ribera del vecino concejo de Muros y El Castillo se tendía una gruesa cadena metálica con la que se evitaba, parándolos o volcándolos, que los drakkar vikingos pudieran remontar el Nalón hasta Flavionavia (Pravia y Santianes).

Fue también un lugar de paso del Nalón mediante barcas en la Edad Media. Y no con muy buena fama (no todo va a ser lírica y flores). Contaba el monje francés Aymeric Picaud hacia 1140, en su ‘Guía del Peregrino Medieval’, que «los barqueros, por cada persona que pasan, sea rico o pobre, cobran de tarifa una moneda. Y cuatro, que reclaman violenta y abusivamente, por la caballería. Además, tienen una barca pequeña, construida de un tronco de árbol, en la que apenas caben los caballos. (…) Muchas veces los barqueros suben tal masa de peregrinos (…) que la nave vuelca, y los peregrinos se ahogan (…) de lo que se alegran macabramente porque así se apoderan de los despojos de los náufragos». Como para volver.

Guerras y flores
Siempre fue tierra de paso, Soto. De la mar al interior, y de una a otra ribera del Nalón. Y ese carácter estratégico se tradujo durante décadas en los enormes atascos dominicales del semáforo del Cantábrico, hoy felizmente olvidados. Mucho peor, fue durante meses parte del frente de la guerra civil, que se extendía de Grado a la desembocadura del Nalón. Los republicanos trataban de frenar el avance de los nacionales desde unas casamatas aún hoy visitables en Ranón. Ese lugar de muerte es hoy una atalaya privilegiada de la bocana del Nalón, a unos metros del pueblo de Ranón, que dio nombre oficioso al aeropuerto pese a estar éste en Castrillón. Ranón, en sí mismo, pide visita y paseo calmo. Arquitectura con aires indianos, magníficas vistas sobre La Arena y San Esteban, buena mesa todo el año y una alocada competencia entre todos sus vecinos por tener las hortensias más hermosas en temporada. Una explosión de color.