TETE COSTALES. LAS REDERAS (LASTRES, COLUNGA) – 878 HABITANTES
Redera. Tete Costales vive cosiendo mallas en Lastres. Un oficio imprescindible para la pesca y que necesita encontrar una solución «porque no hay relevo generacional»
MARÍA JARDÓN
Treinta años lleva Tete Costales cosiendo redes en su nave en Lastres. A pesar de nacer en un pueblo de Villaviciosa «donde teníamos más manzana y sidra que pesca», siempre le gustó este oficio. «Hice un curso y ya nunca dejé de coser redes», sonríe. Llegó al pueblo pesquero por primera vez para ayudar a su hermano, que tenía un bar, y «conocí a un pescador, me casé y ya me quedé. Él fue el que me acercó al mar y a las redes», recuerda Costales.
Por aquel entonces había muchos barcos de red de cerco, el tipo de malla a la que se dedicaba. «Con el tiempo se fueron desguazando muchos barcos y tuve que diversificar el trabajo y comenzar a armar aparejos de bajura», relata. «El problema es que este tipo de labor no es tan rentable, se cobra por piezas, a 17 euros, y en 8 horas puedes hacer una y media», puntualiza.
La redera lamenta que «sigue habiendo mucho trabajo, pero no es rentable». Este es el principal motivo que le llevó hace nueve años a poner en marcha una tienda en el mismo local en el que cose las redes: Artesanía Las Rederas. Un espacio que nació dedicado a la pesca deportiva a la que hay mucha afición, pero en el que hoy puedes encontrar también souvenirs o productos artesanales realizados con redes.
Costales ha recibido el Premio Mujer Rural de este año por su implicación en formar a nuevas generaciones, pero urge a buscar la manera de que sea un trabajo rentable para que pueda haber relevo generacional. «Aunque haya un solo barco tiene que haber una persona que haga redes», afirma. «Y ahora mismo en Asturias la mayor parte del trabajo de montaje de redes está hecho por gente jubilada de la mar, que no van a estar ahí siempre», añade. Una situación que acabará convirtiéndose en un problema grave porque «hoy es imposible trabajar cosiendo redes de forma autónoma».
Por ello, ve imprescindible que se sienten a negociar armadores, pescadores, Administración y rederas para buscar una solución.
Aún con esta situación anima a las personas a las que les gusta este trabajo a que «nunca tiren la toalla». Precisamente impartió un curso para formar a nuevas generaciones de rederas y fue este mensaje el que transmitió a sus alumnas. Les explicó que «a pesar de que coser redes es muy laborioso y un trabajo de muchas horas, rebuscando a su alrededor siempre hay algo cercano que les puede ayudar a sobrevivir». En su caso montó la tienda gracias a las ayudas de fondos europeos. Desde entonces, «en verano mi trabajo es atender la tienda y en invierno me dedico principalmente a las redes», específica.
Varias de sus alumnas iban a trabajar en barcos propios, pero a las que no las animó a «picar en las puertas para que alguien nos haga caso y se den cuenta del problema que se avecina». Es básico que busquen una solución, «como que subvencionen a los pescadores por aparejos», propone.
Un oficio que a ella le permite vivir en Lastres, el pueblo que la acogió y que le aporta la tranquilidad que una zona urbana nunca le podría dar. «Trabajo los siete días de la semana, pero cuando me asomo al portón de mi nave y estoy viendo barcos, mar, montaña, es suficiente. Es una calidad de vida que no voy a encontrar nunca en una ciudad», resalta.
Por su parte, considera que desarrolla un trabajo que es fundamental para los pescadores, «la primera parte de la pesca es el aparejo», y su labor es primordial para que puedan contar con él. Pero además, gracias a su tienda, también sirve de atractivo para atraer turismo. «El turista puede comprar en el mismo puerto desde cebo para pescar hasta un recuerdo», concluye.