Tamara García, teletrabajando desde Celorio. E.C.
La pandemia deja huella también en el plano laboral. El teletrabajo ha aportado muchos aprendizajes y abre un nuevo reto a futuro. Ya nada será igual: el mañana mira hacia un modelo mixto presencial y virtual
M. F. ANTUÑA / A. ARCE
Aroa Feito tiene estos días de agosto una oficina con unas vistas idílicas. Mientras ella trabaja, Mateo, de diez años, y Juan, de ocho, juegan por La Dorera, un pueblo de tres casas en Belmonte de Miranda. Es la responsable de Comunicación de Edp España y después de pasar el confinamiento sola en Oviedo con dos chiquillos –su marido estaba en Berlín– y con un volumen de trabajo importante, se fue a los orígenes, al pueblo. Y está encantada. El teletrabajo –dice– ha sido, es y seguirá siendo una gran experiencia, un motivo para el enriquecimiento profesional y para descubrir que para currar codo con codo con los compañeros, para estar cerca, no hace falta estar sentado al lado. Lo dicho no hace que no valore el contacto, que no lo añore. Pero ve un futuro laboral diferente, seguramente híbrido, mixto, en que la casa y la oficina se fusionen para encontrar la perfecta medida del cóctel. Si es que la hay. Porque hay muchísimos elementos que se mezclan un poco a la loco ante la falta de normativas, de regulaciones. Y en los sindicatos insisten en la necesidad de poner orden sobre las bases de «la voluntariedad» y «el equilibrio con el trabajo presencial», en palabras de Javier Fernández Lanero, secretario general de UGT Asturias, que sabe que hasta aquí nos ha traído una urgencia, una emergencia sanitaria inédita, pero el resto de la ruta tendremos que diseñarla nosotros. «Puede ser bueno, pero con todo atado, y nosotros vamos a estar soplando en la nuca para que así sea», concluye Úrsula Szalata, responsable del Área de Empleo y Formación de CC OO.
De momento, no hay datos oficiales sobre cuántas personas continúan trabajando en sus casas a día a de hoy, ni cuántas lo hicieron durante el confinamiento más allá del sector público. Pero son muchos los que como Aroa lo siguen haciendo. «Yo creo que ya no vamos a volver atrás», dice esta mujer que afrontó desde casa, con un equipo del que solo habla maravillas, la venta de activos de Edp a Total y la compra de Viesgo. «Tuvimos la necesidad de estar en alerta al 150%, con temas muy importantes, y lo afrontamos desde nuestra casa, alejados pero muy conectados», resume. Y en su caso, con dos críos sentados a la misma mesa de trabajo. «Se juntaron los deberes, la plancha, la lavadora, la reunión con el consejero delegado… Se juntó todo. Pero mis hijos son extraordinarios, vieron que su madre tenía mucho trabajo y fueron muy autónomos, cogieron sus tareas y me ayudaron muchísimo».
Aroa Feito, en su casa de Belmonte de Miranda. DANIEL MORA
Y precisamente lo que hay que evitar en regulaciones futuras es que todo eso se junte sin orden ni concierto. Los ciudadanos respondieron de forma ejemplar, pero ahora toca evitar «el modelo pulpo», en palabras de Szalata, que, además, tiende a perjudicar a las mujeres. «No podemos permitir que el teletrabajo se convierta en una trampa mortal para ellas y perpetúe su papel de cuidadoras», anota Lanero.
La charla con Aroa es telefónica. Y se interrumpe. ¿Por qué? Llega el técnico. Una tormenta se cargó la conexión a internet. Y sin eso, no hay nada, no hay trabajo posible. En la casa de La Dorera no había conexión hasta que llegó la pandemia. Hubo que instalarla cuando la familia ya al completo y en cuanto fue posible el desplazamiento se mudó allí.
No es su caso el único. «En Belmonte hay varias personas que están teletrabajando», explica, convencida de los pros de la experiencia, empezando por ahorrarse sus dos horas de coche todos los días. El año pasado por estas fechas iba y venía a Oviedo. La conclusión es evidente para ella: «La importancia de estar conectados no tiene que ver con tener a alguien al lado». Claro que hacen falta dos ingredientes imprescindibles por parte del trabajador y la empresa: responsabilidad y confianza.
Dos ingredientes más que agitar en un bebedizo aún muy confuso. CC OO y UGT coinciden prácticamente al cien por cien: primero una normativa legal, luego convenios sectoriales, negociaciones colectivas y siempre teniendo claro que cada sector es un mundo. A partir de ahí, mucho cuidado con las brechas digitales, con el derecho a la desconexión, incluso con la salud laboral. «Se puede trabajar un rato en la mesa del comedor, pero la mesa del comedor es para comer», dice Úrsula Szalata. Luego está el tema de los gastos, de los medios, de la luz, del registro horario. Estamos empezando un camino, sin marcha atrás, pero al que aún le quedan kilómetros por recorrer. Y en principio parece haber unanimidad en que el futuro apunta a un modelo mixto, flexible y equilibrado. Muy especialmente en ciudades grandes, como Madrid y Barcelona, donde los desplazamientos para acudir al trabajo tienden a la eternidad.
Es un reto. Como fue para muchos trabajadores irse con el portátil a casa y ponerse manos a la obra, para inventarse lo que no estaba inventado, para no dejar de prestar apoyo a quien lo necesitaba. Tamara García, natural de Piedras Blancas, trabaja desde hace siete años en Madrid y desde hace cinco en la Asociación para la Atención a las Personas con Discapacidad Intelectual e Inteligencia Límite (Adilsi), como facilitadora y responsable de comunicación. Primero trabajó en su casa en Madrid, y desde hace más de mes y medio está en Celorio. Pero que nadie vea el lado romántico, idílico o lúdico de la historia. La razón del desplazamiento es poder estar más cerca de su madre, que se encuentra en una residencia de ancianos y a la que primero saludó desde la ventana antes de ver cómo le ponían sobre las rodillas a un biznieto que, al contrario de lo que siempre hacía con todos los bebés, no ha podido comerse a besos.
Tamara y sus compañeros se fueron a casa y tuvieron que trabajar mucho y rápido para crear herramientas ‘online’ eficaces para no dejar de prestar apoyo a las personas con discapacidad. «No teníamos implementado un sistema y fue una locura y un trabajo extra articularlo para poder prestar apoyos telemáticos ‘online’ a más de 250 personas y sus familias». Cree que han sido eficientes, resolutivos, pero que ahora toca adelantarse a lo que está por llegar. Se lleva Tamara muchas conclusiones: «Los apoyos telemáticos no pueden sustituir al contacto humano, pero son excelentes herramientas que llegan para poder coexistir, y tienen que ser accesibles y universales». Hay que prepararse: «Las herramientas están ahí, pero son las personas, los equipos los que las utilizan».
Ella, en sus días confinada en Madrid, montaba y desmontaba su despachito en el salón, marcaba una cierta separación entre el trabajo y la vida. Aunque no siempre era fácil. Y ahí los sindicatos insisten en que es fundamental poner límites. «Teletrabajar no es coger el ordenador y los papelotes e irte a tu casa», dice Úrsula Szalata, que insiste en que hay que cerrar muchos flecos y, como Fernández Lanero, sabe que los sindicatos han de dar el do de pecho para que todo se haga bien.
Conoce bien lo que relatan los dos sindicalistas Natalia Marina Bouzas, estudiante de Humanidades de la Universidad de Oviedo, que hace dos meses comenzó a trabajar como asesora comercial de una firma de seguros. «Resulta muy cómodo, sí, porque tú misma te buscas los horarios que mejor se ajustan a ti, pero acaba siendo agotador estar todo el día en casa detrás de una pantalla y sin apenas contacto presencial», anota.
Natalia Marina Bouzas. PABLO LORENZANA
Y eso que en las últimas semanas ha comenzado a realizar alguna hora «suelta» en la oficina central de la compañía. «Estamos mezclando el teletrabajo puro con una formación semipresencial, pero la mayor parte la realizamos en casa». Cuatro horas diarias de llamadas desde su salón. «El problema es que cuando trabajas así parece que nunca llegas a desconectar del todo».
La desconexión. Y un mundo en el que parecen cambiar los conceptos, los paradigmas, las realidades incuestionables a velocidad de vértigo. Hasta el consejero de Empleo, Enrique Fernández Rodríguez, hablaba hace una semana en la Granda de ese futuro laboral que nos acecha e inquieta: «Da la sensación de que este periodo de pandemia ha hecho que aceleremos el tiempo, que cambios que se planteaban para dentro de años se van a producir ya, y al mismo tiempo se produce una reducción del espacio, puesto que ahora mismo sales de la cama y ya estás en el trabajo».
Pero, hay coincidencia, hay que aprender a jugar con esos espacios y esos tiempos para no volvernos locos y enfermar. Que todo puede ser. Y de eso sabe mucho la psicóloga Laura Martínez, con consulta en Piedras Blancas, que durante el estado de alarma cerró la puerta presencial y abrió la virtual a la videoconferencia. Especializada en psicología para músicos, ya atendía ‘online’, pero la situación dio un vuelco importante. Y pasado el trago del confinamiento hay quienes han decidido quedarse con esa manera de comunicarse. Prueba inequívoca de que ya no somos los mismos. La pandemia deja huella en todos los ámbitos. Y en el laboral también: «Nos ha hecho ser más creativos, aprender que las cosas se pueden hacer de otra manera. Las crisis al final te ayudan a superarte, a buscar las soluciones, te das cuenta de que ante situaciones que parecen de bloqueo acaban saliendo las ideas». Lo que parecía imposible hace un año resulta que no lo es: «Yo creo que quizá en España el teletrabajo no estaba tan extendido y nos hemos dado cuenta de que es posible, es una herramienta que podemos utilizar, que a las empresas les puede ayudar y a nivel de conciliación, y hablo como madre, también». Advierte Laura que es también un arma de doble filo el de la conciliación ante la que estar muy alerta. Pero, dicho lo dicho, y constatando la evidencia de que el teletrabajo se queda para siempre entre nosotros, hay otra evidencia aún mayor: «En la psicología, la terapia presencial es prioritaria, si el paciente está cerca siempre es mejor que venga, en el cara a cara tienes otro tipo de información que ‘online’ se pierde», resume. En terapia y la vida en general: «Lo presencial no es sustituible, el ser humano necesita contacto con otras personas». Palabra de psicóloga.