SEVERINO GARCÍA. LA QUINTANA DE FONCALADA-ECOMUSEO CÁ L’ASTURCÓN.  ARGÜERO (VILLAVICIOSA) – 593 HABITANTES
Ecogranja. Ovetense de aldea, se crió y educó en Suiza. Fue pionero en abrir una casa de turismo rural en una zona donde hoy proliferan. Enfocó su proyecto hacia un modelo de alojamiento que apuesta por la singularidad enraizada en el territorio y su cultura

PABLO ANTÓN MARÍN ESTRADA

Es la mañana más lluviosa de todo el verano y Severino García nos recibe bajo el hórreo, el núcleo simbólico y material que define la fase actual de la empresa familiar que creó en Argüero hace más de tres décadas. Pionero del turismo rural en Asturias («abrimos en el 91, éramos unos nueve en toda la región») rehabilitó una vivienda mariñana con finca para transformarla en una casa de aldea con el nombre del lugar: La Quintana de Foncalada. Una década después, el alojamiento evolucionó hacia el concepto de ecomuseo y ecogranja con animales de razas autóctonas, una apuesta que en los últimos años ha ido depurando hacia la esencia de la identidad cultural del territorio con el granero tradicional asturiano como base.

Con un pie en el estribo de la jubilación y la tranquilidad de que el proyecto Ca l’Asturcón tendrá relevo generacional en sus hijos, este ovetense del medio rural, nacido en Pereda, pero criado y educado en Suiza, resume así su experiencia como profesional del turismo rural: «Los primeros años los dedicamos a la casa de aldea y fuimos viendo cómo los establecimientos que empezaron a proliferar iban perdiendo cada vez más identidad hasta llegar a una situación en la que hoy no se sabe si están en la Vega de Cáceres, en Cuenca, o dónde, porque son todas iguales e impersonales. Sentimos la necesidad de poner en alza los valores del territorio y así nació el Ecomuseo. Creamos nuestro propio producto: la recuperación del ecosistema de una casería tradicional asturiana para ofrecer estancias en él compartiendo con los clientes esa experiencia». Los animales de la granja no son elementos de un zoo para atracción de urbanitas, cumplen sus funciones domésticas: los asturcones, la burrita ‘Flequi’ y las ovejas xaldas limpian y abonan las fincas, las pitas pintas producen huevos y los gochos asturceltas se alimentan de los restos de la comida de los alojados. El huerto y los frutales nutren la despensa familiar, mientras en el hórreo se muestran exposiciones, se imparten talleres de tejido de lana o se hacen representaciones de microteatro.

García evoca cómo en los 90 «en el campo la gente al principio no quería turistas, incluso un funcionario regional reciclado del antiguo régimen planteaba a los empresarios del sector: ‘¿Quién va a venir a ver vaques?’. De ahí se pasó a verlo como una especie de chollo, era fácil: arreglabas una cuadra y cobrabas a la gente por hospedarse. La administración vio también una manera de ver desaparecer las pequeñas explotaciones familiares y gran parte de los fondos europeos de desarrollo rural acabaron en este tipo de negocios y hubo un desmadre total. El resultado es que hoy Asturias tiene más alojamientos rurales que Cantabria, Galicia y País Vasco. Nosotros en esa primera década estuvimos a punto de morir de éxito, pero decidimos frenar y apostar por la limitación selectiva de clientes. La pagina web hace de filtro: un gallo cantando en la pantalla ya indicaba que eso era lo que te ibas a encontrar», considera.

Hoy, afirma: «Cuando vienen un par de familias ya no acogemos más, preferimos que se encuentren a gusto y en sintonía, están en nuestra casa y pueden disfrutar de todo lo que tenemos. Este es un proyecto familiar que tiene una parte empresarial, otra cultural y también emocional: vivimos aquí. Fue nuestra apuesta en su día y los hijos quieren seguir manteniéndola».