SAIOA AMÉZTEGUI. FIBRAS DE AGUA – EL ALLENDE (LLANES) – 28 HABITANTES
Agua y papel. Ingeniera química, se crió en San Sebastián y Valladolid antes de emprender un destino viajero que la llevaría a la aldea en la que reside desde hace casi veinte años y donde fabrica objetos artesanales de papelería

PABLO ANTÓN MARÍN ESTRADA

Es un mediodía luminoso y en la ventana que da luz natural a la mesa de trabajo de Saioa Améztegui se ve el Urriellu con buena parte del macizo central de Picos de Europa. «Cuando me levanto por las mañanas es lo primero que veo», señala con la familiaridad de quien lleva casi dos décadas disfrutando de esa panorámica en El Allende, la aldea llanisca a la que, afirma, vino «como quien dice por casualidad y de forma provisional. Aún me parece que es así, pero aquí sigo».

Ingeniera química de formación, en el pequeño estudio habilitado en el piso de arriba de una casina con suelos de madera que alquiló al poco de llegar, elabora con sus propias manos, tijeras y útiles de pintura, objetos de papelería a los que da salida principalmente en ferias, mercados y algunas tiendas: «Muchas de ellas han ido cerrando. Vendo también por internet, pero el punto caliente suele estar en Navidad. Trabajo casi todo el año, preparando ‘stocks’ para esas fechas», detalla mientras despliega parte de su producción: primorosos cuadernos de notas o de dibujo, dietarios o agendas con diseños en relieve. Ella misma fabrica la pasta de papel y cartón con material reciclado. Los lienzos secan colgados de un tendal o sobre una mesa exterior en la que un gato («compartido con mi vecina») ‘pigaza’ al sol.

Nacida en San Sebastián, se trasladó a Valladolid con diez años. «Viví allí hasta los veintidós, luego anduve por muchos sitios. Al acabar la carrera, pasé dos años en Alemania trabajando en proyectos para Bayer. Cuando me enseñaron la fábrica donde iba a trabajar, pensé: ‘Ahí no quiero entrar yo’. Me moví bastante. Residí en Dublín y en Madrid hasta que me vine. ¿Por qué Asturias y este lugar? No sé, es que de pequeña quería ser Heidi», asegura entre risas. «La verdad, sigo sin tenerlo muy claro. Supongo que tiene que ver con que me gusta la tranquilidad. Lo cierto es que este es el sitio en el que más tiempo he pasado». En el pueblo se siente cómoda conviviendo con la veintena larga de vecinos que residen en él, gente mayor en su totalidad: «Ellos están encantados, les bajo al médico o a comprar con la furgoneta. Cuando estoy fuera en ferias, dicen que me echan de menos. Me gusta hacerlo y no veas las juergas que liamos aquí a veces», desvela, riendo. Madre de dos chicos adolescentes («no les gusta que hable de ellos»), ve con menos optimismo el presente y futuro de los más jóvenes en una zona «que, excepto en verano, está muerta. Si vives en un pueblo, necesitas un coche para desplazarte y para muchos que conozco su mayor aspiración es un trabajo en una cadena de supermercados o una gasolinera», apunta.

En todos estos años, asegura haber conocido a «bastante gente que viene al medio rural con unas expectativas poco acordes a la realidad y se marchan. Tienes que venir con un medio de vida, teletrabajar o moverte en lo tuyo desde el pueblo. Otros compran para segunda residencia y poco aportan con una casa vacía.

¿Soluciones? Quitar trabas a quienes quieran establecerse con su propio proyecto. Asentando población habrá más necesidades para cubrir y con ello generar un empleo que en zonas como esta no sea solo dos meses en verano», opina.