SABORES ALLERANOS. CASOMERA (ALLER) – 111 HABITANTES
Carlos Tuñón hizo el camino al revés. Cuando la minería acabó y la población trabajadora de Aller cogió las maletas, él apostó por resucitar L’Ayerán, un obrador de mermeladas, miel y licores que había tenido fama en el perdido valle de Vegarada

OCTAVIO VILLA

Con indisimulado orgullo, algún oriundo del valle del Alto Aller o de Vegarada proclama: «Por aquí entró en el territorio de Asturias Octavio Augusto durante las Guerras Cántabras». Habrá en los valles vecinos quien le dispute tal honor, aludiendo a la presencia del campamento militar romano de La Carisa o de alguna que otra calzada romana. De lo que no hay duda es de que Vegarada, que hoy separa más que une Asturias y León por el mal estado de su firme desde Rioaller hasta la raya interprovincial, es uno de los tesoros escondidos de Asturias. Tiene potencial ganadero, paisajístico, turístico de deportes en la naturaleza y turístico de cultura histórica y etnográfica. Y tiene, todo el valle, 148 habitantes distribuidos en algo más de 67 kilómetros cuadrados. Este valle es una de esas manchas de despoblamiento ocultas por estar encuadradas en un municipio de mayor extensión y población. Pero para hacerse una idea, en aproximadamente la misma extensión que tiene la parroquia de Casomera, Carreño tiene 10.301 habitantes; Candamo, 1.969; Navia, 8.333; y los muy despoblados Sobrescobio y San Martín de Oscos, 814 y 396, respectivamente. La parroquia de Casomera es un desierto demográfico.

Y ahí, en esa vaciedad llena de hermosos hórreos sin corredor, casonas de hidalguía que hablan de otras épocas y con una escuela que por sí sola demuestra que el valle tuvo una importante entidad, es donde Carlos Tuñón decidió, en 2013, llevar la contraria a todo el mundo. La minería del carbón en el Aller y el Caudal daba sus últimos estertores, y Aller y Lena sufrían una desbandada de mano de obra en activo. Iban quedando los viejos y algunos emprendedores con amor a su tierra. Carlos, mediada su treintena, lo tuvo claro: «La minería se iba acabando», así que puso los ojos en L’Ayerán, un obrador de licores y mermeladas que había tenido renombre, pero que estaba paralizada. Cogió la empresa, situada a la entrada norte de Casomera, y le devolvió el pulso con una fórmula que suele funcionar: sin prisa, pero sin pausa. Recuperó los clientes de hostelería, aunque no es en los licores donde tiene ahora la parte del león de su negocio. Esa es ahora para sus siete tipos de mermelada (no se fíen, lo mismo para cuando estén leyendo estas líneas ya hay diez o doce, que la cabeza de Carlos bulle de ideas), el zumo de arándanos y la miel, que es fundamentalmente de castaño. El arándano es la clave de arco de todo esto: el crecimiento de este cultivo en los últimos años hace que L’Ayerán tenga a su disposición materia prima de proximidad, de la mejor calidad y a un precio razonable. Lo mismo ocurre con la manzana o el kiwi.

La parte comercial, además, la controla Carlos directamente con venta a minoristas y a mediana distribución, si bien en los últimos años ha ido dando con clientes de consumo a granel, como productores de dulces como Palper, en Grado, o la cercana Confituras de Felechosa, en el mismo Aller. Esa proximidad entre los agricultores de las vegas asturianas y los transformadores comienza a dar cuerpo a un conjunto de marcas artesanas que cuentan con el valor añadido, en su campo, de la marca Asturias. «La gente aprecia la producción artesana, lo auténtico», explica Carlos, rodeado de sus productos en plena nevada del invierno allerano.

Dificultades, por supuesto, hay: «Imagino que como todos mis compañeros, veo que lo peor es la burocracia y el exceso de papeleo, así como las dificultades logísticas que sufrimos en zonas como esta». Como productor de miel, además, se ha encontrado conque a los 640 metros de Casomera la velutina ya hace estragos, algo que puede tener que ver con el escaso aprovechamiento forestal de la zona, permitiendo la nidificación de esta invasora. Pero «vivimos y trabajamos en el entorno rural, muy a gusto», comenta, mientras pasan dos vacas y una yegua mira desde un prado, a esa altitud, la vega del río Aller.