RUBÉN MARTÍNEZ – CASA RURAL EL REGUERU – QUES (PILOÑA) – 155 HABITANTES
De generación en generación. Hace 30 años que Rubén Martínez abrió su primera casa rural. Ahora el negocio cuenta con seis alojamientos más y la ayuda de sus dos hijas, que también apuestan por el campo

LUCÍA LÓPEZ PÉREZ

Rubén Martínez lleva más de la mitad de sus 54 años dedicados a la hostelería. Con 21 años, «después de venir de la mili», tomó la decisión de abrir un bar en Ques, una iniciativa que, según recuerda, «funcionó muy bien», lo que le dio pie a comprar hace 30 años «una casa danesa y utilizarla para turismo rural». Estos fueron los orígenes de ‘Casa rural El Regueru’, un negocio que hoy día cuenta con siete alojamientos y que pretende seguir expandiendo gracias al «relevo de mis hijas –Sandra y Alba– quienes cuentan con dos casas y quieren hacer otra cada una».

Pero a pesar del buen rumbo que lleva el negocio, Rubén no siempre lo ha tenido fácil, ya que «hace 12 años tuvimos que cerrar el bar porque nos ahogaban con impuestos y no es lo mismo tenerlo aquí que en una ciudad». Ante esta situación y la conciencia de que los alojamientos rurales están ligados a la estacionalidad, Rubén se lanzó junto con otros dos socios al negocio del alquiler de carpas para fiestas y ayuntamientos, de forma que pudiera suplir gastos durante todo el año. Él mismo reconoce que «empezamos por diversificar un poco el negocio», ya que en pleno verano «las casas se alquilan muy bien», pero el resto del año cuesta mucho más trabajo llenarlas.

Junto a la notable estacionalidad en la zona piloñesa, Rubén suma la falta de cobertura de internet en el pueblo, algo que los clientes suelen pedir y que espera «que pronto puedan instalarla». Pese a esto, reconoce que las ventajas de vivir en Ques están por encima de las desventajas y destaca sobre todo la «buena calidad de vida que hay en estas zonas». Sin embargo, esta sigue sin suplir los problemas de despoblamiento a los que se enfrenta la zona rural asturiana. Para Rubén es una situación «evidente», aunque asegura que es algo que «muchas veces lo fomentamos nosotros mismos o la gente de los pueblos». Para él el motivo radica en una cierta «obsesión por que los hijos se vayan a estudiar fuera, a una ciudad grande, aunque estos no sean felices con lo que están haciendo».

Esa búsqueda de prestigio entre la gente de los pueblos es lo que ha hecho que la zona rural cuente cada vez con menos habitantes que «saben vivir» ahí. Una situación que hace que cada vez más pueblos se llenen de gente intolerante a los ruidos del campo como el de las gallinas o los cencerros de las vacas. «Para vivir en la zona rural hay que saber los pros y los contras del lugar», asegura tajante Rubén, para quien «vivir en un pueblo no es comprar una casa y venir solamente un mes al año».

Ante esta situación y como solución, este piloñés lo tiene claro: «Lo mejor es la educación». Para él, «enseñar a los hijos que pueden vivir perfectamente en el lugar en el que nacieron» es clave para fomentar que vuelvan una vez acaben sus estudios, como hicieron Sandra y Alba que, tras acabar su formación en turismo en Oviedo «teníamos claro que queríamos volver al pueblo» para hacerse cargo del negocio familiar, ya que «es algo que siempre nos gustó mucho». Lo que se demuestra en que a sus 23 años ya regentan dos casas rurales y «tenemos idea de construir otras dos para nosotras».

Una mentalidad emprendedora que, sin duda, han aprendido de su padre, quien tiene claro que «si a un niño le inculcas desde pequeño lo que es verdaderamente vivir en un pueblo, a lo mejor es más feliz aquí que en la ciudad». Educar en esta mentalidad evitaría que muchos jóvenes que se han ido tengan que «malvivir a base de lo que los padres les están pagando cada mes».