Foto: Novo señala el letrero que explica que junto al colegio público se habilitará la escuelina 0-3. / O. Villa

Indianos y grúas. San Esteban fue el gran puerto industrial y minero de Asturias durante siglos. El tren carbonero culminaba allí, en lo que hoy es uno de los paseos  más agradables de la región

OCTAVIO VILLA

San Esteban y su lustrado y agradable puerto industrial –hoy pesquero– hablan de una Asturias más reciente de lo que parece, pero muy diferente de la de hoy. Igual que el río Nalón desemboca a su vera, el ferrocarril minero remontaba su curso hacia los valles hulleros del Nalón y el Caudal para sacar por la boca de la ría a los mares cargas de carbón asturiano con destino a la siderurgia vasca y a los puertos del Levante. De ello quedan hoy grúas y cargaderos, vistosos y muy cuidados, en un entorno reurbanizado con mesura y gusto y que nunca sufrió excesos constructivos.

Antes al contrario, San Esteban tiene hoy la suerte de que buena parte de los edificios que lo caracterizan beben de la herencia indiana y de la estética imperante en la arquitectura del inicio del siglo XX. Así, por ejemplo, en pleno centro del paseo marítimo se erige, pintada de azul cielo y molduras de madera blanca, la Casa Altamira, de estilo popular indiano, cuya fachada principal mira a la ría ya a los paseantes con un estilo pintorequista que lleva al observador tanto a la América de los indianos como al centro europeo previo a las dos grandes guerras.

El paseo se está extendiendo ahora hacia el sur, llegando a los últimos norays del puerto, frente al castillo de San Martín, que se yergue imponente a lado sotense de la ría. Con esa prolongación, se conseguirá un paseo que desde el futuro observatorio de aves (el humedal de La Xunquera proporciona refugio y alimento a decenas de especies de aves) hasta el faro de la barra de San Esteban tendrá aproximadamente 3,7 kilómetros de muy placentero discurrir. Si se opta por afrontar cuestas, tras pasar por la ermita del Espíritu Santo y por la rasa costera, el caminante puede optar por la senda de los miradores y descubrir así la belleza aérea de playas como El Garruncho o El Aguilar, o bien apostar por la belleza indiana de la capital, en la que también espera al caminante el palacio de Valdecarzana y Vallehermoso, construcción del final de la Edad Media, hoy en riesgosa ruina y que merece mejor destino. Cuenta el palacio con una gran muralla, una potente torre y otras construcciones accesorias de varios periodos. Impresiona su portada plateresca, blasonada con escudos de las familias Cienfuegos, Rúa, Ponte y Quirós, y que fue erigida en el siglo XVI, la misma centuria en la que el rey y emperador Carlos V le concedió a la Villa de Muros un mercado que aún en este siglo XXI se celebra cada sábado en la Plaza del Marqués de Muros, espacio central de la villa. Esta plaza se construyó para albergar dicho mercado, a instancias de Gutierre González de Cienfuegos, regidor del Coto de Muros y señor de Allande, así como regidor de Oviedo, corregidor de Burgos, Medina del Campo, Salamanca y Granada. Nobleza obliga.