Gayo, en el camino de San Martín que se arreglará para el paso de bicicletas. La peña Sobia, al fondo. / O. Villa
Momias y pinturas del bronce. No es la cota más alta del concejo, pero desde la capital se ve majestuosa, rotunda. Se impone a un territorio de osos, pinturas de la edad de bronce, ciclistas y montañeros
OCTAVIO VILLA
Teverga es tierra de montañas, como más de media Asturias. Pero si en el oriente la mole del Naranjo de Bulnes es el icono de esos gigantes, en la tierra de la senda del oso es Peña Sobia la que detenta ese título para no pocos visitantes. Porque no es precisamente ni siquiera la cima más alta del concejo de Teverga, pero vista desde la capital, La Plaza, o desde la localidad que alberga la Casa Consistorial, San Martín, es una presencia imponente, majestuosa, más por su anchura, con sus casi ocho kilómetros de cumbre, que por su altura, de 1.781 metros en su cumbre más alta. La palidez luminosa de sus farallones de caliza que contrasta con bosques multicolores en otoño y praderías de un verde siempre fresco le aporta un punto de sobrenatural a este Everest tendido.
A sus pies, los humanos, de todos tipos. Ganaderos de vacuno de carne, que siguen apostando por el extensivo frente al intensivo, por la calidad frente a la cantidad, pese a los precios bajos, la orientación de la Política Agraria Común favorable a las grandes explotaciones medidas en hectáreas y a la presencia creciente de lobos, jabalís y osos. Que atraen a muchos turistas, pero que no son peluches.
Ciclistas que recorren cada día más partes de un concejo en el que las pistas para ellos están en permanente crecimiento y desarrollo (el alcalde quiere introducir un paso por San Martín que será todo un espectáculo, hacia la subida de Ventana y con un acceso adecuado en bicicleta, hoy no disponible aún, al magnífico Museo de la Prehistoria.
Momias y resurrecciones
En La Plaza, que sigue siendo capital pese a no tener el Ayuntamiento, la colegiata de San Pedro alberga las momias de dos aristócratas, padre e hijo, de la Casa de Miranda: Lope de Miranda y Ponce de León, primer marqués de Valdecarzana, fallecido en Madrid en 1688, y de su hijo Pedro Analso de Miranda, abad que fue de Teverga y luego Obispo de Teruel. En 1731 falleció este y ese mismo año se trasladó el cuerpo de su padre a La Plaza. El cadáver de su hijo le seguiría en 1733. Posteriormente, al advertir que ambos cuerpos se habían secado con los aires de Teverga, sus momias se colocaron en un corredor de hierro, hasta que en el siglo XX las momias de padre e hijo se ubicaron en un pequeño museo en la colegiata, en ataúdes con tapas de cristal, en los que, durante décadas, fueron lo más visitado de Teverga.
Pero la vida y la muerte son extrañas. Hoy, en Teverga se puede visitar a varios resucitados. Son los caballos Przewalski, bisontes de origen europeo, uros de Heck o neo-uros, ciervos y gamos. Los caballos y los uros son un magnífico trabajo de recuperación de las expresiones genéticas de especies desaparecidas que nuestros ancestros pintaron en las cavernas de todo el norte de la península y el sur de lo que hoy es Francia.
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