La iglesia de San Juan Bautista y el texu de Montovo, donado en 1721 por el cura de Leiguarda. / O. Villa
Montovo. Con 33 hórreos, hasta del siglo XVI, este es uno de los núcleos de Belmonte que podrían aspirar, también por la unión de su comunidad, a Pueblo Ejemplar de Asturias
OCTAVIO VILLA
Belmonte, dice su alcalde, «se encuentra muy lejos de Gijón y de Oviedo sólo en la cabeza de la gente, pero estamos a un paso». Es bien cierto que hace menos de 50 años llegar al concejo desde la costa era una odisea, y también que la mayor parte de los visitantes sólo conocen el entorno de la carretera As-227, que une Salas con Pola de Somiedo pegada a un río, el Pigüeña, que da vida a unas empinadas laderas hoy cubiertas de hayedos que en estas semanas son una explosión de color. Esos bosques impresionan desde el río, pero no dejan de ser la muestra de que «se ha abandonado la actividad en muchas zonas que antes eran praderías».
La vega del río, con todo, es tan feraz que aún hoy está en casi plena utilización, alternando alguna pomarada y plantación de kiwi en sus zonas más bajas con pastos ganaderos de amplia producción de carne, con hasta 150 ganaderos cuyas cabañas oscilan entre unas pocas reses y más de un centenar.
Pero Belmonte es más de lo que se ve a primera vista. Si uno se atreve con las curvas y las cuestas de sus carreteras laterales, el premio siempre es grande. Subir, por ejemplo, a Montovo supone pasar en apenas seis kilómetros de poco más de 200 metros de altitud a más de 800. Entrar en el reino de los osos, los lobos y en los viejos dominios de nobles como los de la familia de Álvaro Cienfuegos, nacido en Agüerina, en un palacio que aún hoy se levanta –visitable– en la ribera del Pigüeña y que fue obispo de Catania, arzobispo de Monreale y cardenal de San Bartolomeo all’Isola. Y que hasta recibió votos para ser Papa al participar en los concilios de 1721, el que eligió a Inocencio XIII; en el de 1724, que nombró a Benedicto XIII, y el de 1730, en el que fue camarlengo del Colegio Cardenalicio, para la elección de Clemente XII.
Nobles como los de su familia de origen ejercieron su poder durante siglos desde sus palacios sobre las tierras de ganadería y agricultura montes arriba, como las del entorno de Montovo o Montoubo (que ya figura como Monte Obio en un documento del año 891), un pueblo que hoy exhibe 33 hórreos y paneras (tuvo más), alguno de los cuales remonta su origen al siglo XVI, y una cuidada arquitectura tradicional en piedra recia, como la de los restos de la torre medieval del siglo XIII, la Casa’l Terrao, del XVI y que hoy cuida una comunidad de vecinos muy unida y proactiva.
Montovo cuenta en sus piedras y en los maderos de sus hórreos esa historia de campesinos –aún se encuentran carros del país del siglo XIX a poco que se lleven los ojos abiertos– que accedieron a la propiedad con la marcha progresiva de la nobleza hacia las ciudades, tras, también, la desaparición de monasterios como el de Lapedo, que, de nuevo, aún mantiene algunas piedras en pie al lado de la ribera derecha, en la capital.
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