PABLO GIL. CLUB ECUESTRE ARABIAN – PRUBIA DE ARRIBA (LLANERA) – 56 HABITANTES
Pablo Gil puso en marcha, en 2014, el Club Ecuestre Arabian, que le permite vivir de su «pasión», los caballos. Pasó de tener 2 alumnos al comienzo, a los 73 que entrena en la actualidad

MARÍA JARDÓN

Fueron «la pasión y la locura», ríe Pablo Gil al recordar los motivos que le llevaron a dejar su vida en Gijón y un puesto de trabajo estable de administrativo en la plataforma de Alimerka, para emprender este negocio en el campo. «Ahora vivo en mi negocio, lo que es bueno, pero también malo, porque no desconectas». Y es que un centro ecuestre supone dedicación plena, ya que los caballos necesitan cuidados a diario.

Antes de comprar la finca de Pruvia de Arriba donde se instaló, este joven emprendedor tenía los caballos en una finca en Llanes y vivía en Gijón. En un primer momento su idea era simplemente vivir allí y tener «un picadero para mis tres caballos y poder entrenar para competir en raids». Los entrenamientos llamaron la atención de los vecinos, que muy pronto le empezaron a pedir que diese clases. «Empecé a dar clase a la hija de una vecina y poco después, a otra. De esas dos alumnas con las que comencé en 2014, hemos pasado a los 73 que tenemos en la actualidad».

Actualmente tres personas forman el equipo del club. Por un lado, Gil es el encargado de realizar los entrenamientos de raid; Luis es el mozo de cuadra encargado del mantenimiento de las instalaciones, y Paula es la monitora del centro que da las clases de iniciación, salto, doma y además, es enfermera, «una titulación que viene muy bien para otra de las actividades que realizamos, la hipoterapia». Una actividad que realizan codo con codo con el terapeuta habitual del niño.

Precisamente, a pesar de que la escuela y el pupilaje son los ejes principales del centro, la hipoterapia «es la actividad que más me llena, ves a niños con necesidades especiales que vienen y te das cuenta que les funciona, es una barbaridad el cambio que notan los padres», añade con entusiasmo.

Aparte de la burocracia, al comienzo lo más duro «fue luchar con la familia» recuerda. Fue difícil hacerles entender que dejaba un trabajo estable, «trabajaba de seis de la mañana a dos de la tarde de lunes a viernes, por trabajar de lunes a domingo de ocho de la mañana a nueve de la noche». Y hay que sumar la inversión que tenía que hacer, pero «siempre pensé ‘si me equivoco me equivocaré solo, pero tiro para adelante’», añade. También fue complicado conseguir los permisos para cubrir la pista y por ello tuvo que cerrar el club desde 2016 hasta casi 2018. «En Asturias, sin una pista cubierta, no haces nada. En invierno no darías ninguna clase».

El hípico aporta mucho movimiento al pueblo, las clases, principalmente por las tardes, suponen un importante ir y venir de coches. Además, organizan competiciones, con el consiguiente impacto económico para el concejo. «Si organizo una competición en el recinto ferial de Llanera, se llenan hoteles y restaurantes; y si la realizo en el centro, los bares de la zona no paran de servir menús del día».

Pupilaje, hipoterapia, clases de iniciación para mayores de siete años, de doma, de salto y entrenamientos de raid, este último dirigido a jinetes con caballo propio, «ya que son sesiones muy exigentes para que hagan los caballos de escuela», son los servicios que ofrecen en el Club Ecuestre Arabian.

Echando la vista atrás, para Gil y su familia dejar la ciudad fue un cambio complicado al que se hicieron rápido. «El campo a mi me lo da todo, no me planteo la vida sin vivir en el campo», concluye.