PABLO ÁLVAREZ – FINCA EL MALAÍN. SAN JUSTO (VILLAVICIOSA) – 415 HABITANTES
El poder del destino. Si la finca El Malaín existe tal y como la conocemos hoy en día, no es precisamente porque haya sido el sueño de toda la vida de sus gerentes, sino por un cúmulo de casualidades que terminó por hacer de San Justo un punto de referencia para los frutos rojos en Asturias
CARLA VEGA
La vida tenía preparado un camino para Pablo Álvarez y Marta Serrano que, por mucho que tratasen de imaginar, nunca podrían haber descifrado. El matrimonio llegó al Principado atraído por la idea de montar un negocio de turismo rural, y ahora, casi 30 años después, no solo esta idea se ha quedado tan solo en eso, en un proyecto, sino que se han convertido, quizás sin quererlo, en una referencia dentro del mundo de los frutos rojos.
Juntos, y con la ayuda de su hijo, quien continuará con el negocio familiar, regentan la finca El Malaín.
Este campo, de dos hectáreas de superficie, cuenta con más de 5.000 árboles frutales de los que sus clientes pueden recoger directamente varios tipos de delicias: arándanos, frambuesas, grosellas roja y negra o moras. «Cuando llegamos aquí, la Consejería estaba anunciando que el fruto rojo era fácil de cultivar, incluso para alguien que no tiene mucha idea del campo, como era nuestro caso, y nos lanzamos. Al principio no nos entendían mucho, la gente de la zona no sabía qué estábamos haciendo, pero confiábamos», explica Pablo Álvarez.
Los inicios fueron duros. Hasta el tercer verano los árboles no dieron fruto, y durante el proceso el matrimonio se reinventó para lograr sacar su actividad laboral adelante. Plantaron fabes y flores, y organizaron mercadillos. Cuando por fin el negocio dio su fruto –nunca mejor dicho–, comenzaron a comercializarlo a negocios, como forma de darse a conocer. «Llegábamos y les contábamos que era producto de aquí, pero por aquel entonces poca gente conocía lo que era un arándano. Realmente nuestra actividad fuerte comenzó con un reportaje, al que le siguieron otros, que nos pusieron en el mapa», detalla Serrano.
El boca a boca se ha convertido en el gran aliado de esta pareja, que lleva adelante este exitoso negocio sin tener redes sociales, algo quizás extraño en el mundo digital en el que nos movemos. «Quienes nos visitan sí que lo comparten en sus redes, esto es como un boca a boca digital, que hace que en lugar de contárselo a cuatro personas, les llegue a cuarenta», ejemplifica Pablo Álvarez.
Ambos están orgullosos de que el éxito de El Malaín haya colaborado a poner San Justo en el mapa, y de ser ejemplo para otros que quieren adentrarse en el mundo rural como forma de vida. «Por aquí se pasa mucha gente con una idea, y estudian si sería posible. Somos una escuela viva de otras formas de vivir del campo e invitamos a quienes nos visitan a que abran los ojos y miren más allá», explica Marta Serrano.
El matrimonio tiene clara su postura sobre qué consejo les darían a quienes quieran emprender en lo rural. «Sin duda, les animaría. El mundo rural está atrayendo de nuevo a mucha gente. No necesariamente todos vienen a vivir del campo, pero si te integras en la comunidad de esta forma, te implicas más. Si se contase con una mayor facilidad en el plano administrativo, seguro que habría más jóvenes que diesen el paso», cuenta Álvarez, que tiene claro cuál es la guinda que hace que un negocio de este tipo salga adelante. «Ofrecer un producto local, de proximidad, es importante, pero que además sea de calidad es fundamental para que tus clientes repitan».