NOEMÍ SAAVEDRA, WENYURI Y ENRIQUE FERNÁNDEZ. ARTISTAS GRÁFICOS – LA VILLA BAXU (PILOÑA) – 76 HABITANTES
Creativos. Una aldea rodeada de naturaleza y en la que se juntan doce niños para subir al bus escolar es el entorno que ha elegido esta pareja de ilustradores barceloneses para vivir libres del estrés urbano

PABLO ANTÓN MARÍN ESTRADA

A Noemí Saavedra le sorprende que su nombre artístico, Wenyuri, solo se diferencie en una letra del adverbio asturiano ‘nenyuri’ (en ninguna parte) porque aquí, en la pequeña aldea de Piloña a la que se vino a vivir hace más de dos años con su compañero y también creador freelance, Enrique Fernández, y sus dos hijas, afirma haber encontrado «arraigo, algo que no tenía. Nací en Cataluña, pero siempre me sentí de fuera. Hija de andaluces nunca me sentí ni andaluza ni catalana. En este pueblo desde que llegamos tuvimos una acogida tan grande que ya nos quedamos, como si fuéramos de aquí», asegura.

Ambos vivieron la mayor parte de su tiempo en el área metropolitana de Barcelona, en los últimos años residían en una zona rural de la provincia de Gerona, un entorno más acorde al que deseaban para la crianza de sus dos niñas de 5 y 10 años. «Habíamos venido mucho a Asturias y la idea siempre estaba ahí. En Cataluña estaba todo carísimo, buscábamos una casa pero resultaba imposible. Nuestras hijas eran muy pequeñas, esperamos a que crecieran un poco. Tampoco pensamos en una zona concreta. Llegamos a esta casa por una inmobiliaria. Las niñas se adaptaron genial. Van al colegio a Ceceda, el autobús escolar las lleva y las trae en dos minutos. Es un pueblo con críos, cada día se juntan unos doce en la parada», relatan.

Enrique es dibujante de cómics con obra publicada en Francia y España, realiza además trabajos de desarrollo visual para videojuegos, largometrajes y series de animación. Noemí, Wen –el nombre al que está hecha a responder–, es ilustradora con amplia trayectoria en el ámbito editorial, además de sus proyectos más personales y los muñecos de trapo en los que proyecta su tarea como ‘crafter’ (artesana creativa). Los dos afirman haber encontrado en la aldea piloñeta la fantasía y la inspiración de las que se nutre su obra con un interés común por la naturaleza. Ella, revela que aquí se le ha despertado una nueva faceta, la de la jardinería. Con la casa han comprado un prau que describe «virgen como un lienzo en blanco en el que poder hacer muchas cosas».

La pareja manifiesta no extrañar el dinamismo o la oferta cultural de una ciudad: «Estamos a un paso de Oviedo o Gijón. Si necesitamos un poco de jaleo podemos buscarlo un fin de semana y trabajar aquí tranquilos, sin estrés, es preferible a estar encerrado en una ciudad y tener que escapar al campo cuando llega el viernes. Y aquí en Infiesto hay bastante movimiento con todo lo que está montando Rodrigo Cuevas. En el pueblo mismo tenemos vecinos creativos con los que unir sinergias y en toda la zona hay muchas familias jóvenes como nosotros», apuntan. Wen añade otra reflexión: «Hoy en un pueblo puedes hacer vida de ciudad y tienes además interacciones con la gente o el entorno vitales para lo que hacemos. Y los dos trabajamos ‘online’, mientras haya buena conexión sobrevivimos». Enrique asiente para zanjar: «El mundo rural tiene futuro más que nunca, si tu actividad profesional puedes hacerla desde casa en lugar de una oficina también puedes elegir en qué entorno, eso está ayudando a entender que el trabajo no es todo, define una parte de tu vida, el resto lo decides tú. El valor de vivir en el campo es mostrarte que eso es posible».