MUSEO ETNOGRÁFICO DEL ORIENTE DE ASTURIAS. PORRÚA (LLANES) – 419 HABITANTES
Maite Lobeto Romano lleva dos décadas al frente de una de las joyas más queridas por los llaniscos. El museo que atesora la cultura y las tradiciones de la comarca es, recuerda, «un proyecto surgido de los vecinos», que siguen profundamente implicados en su gestión

LUCÍA RAMOS

Teresa Sordo y Luis Haces no se imaginaban «la que iban a liar» cuando en 1994 decidieron donar a su pueblo, Porrúa, la finca de Llacín, con varias casas, cuadras y un hórreo del siglo XVIII. Entusiasmados con este regalo llegado desde ultramar –el matrimonio desciende del concejo de Llanes, pero estaba afincado en México–, los vecinos de la pequeña localidad decidieron en concejo público crear la Asociación Cultural Llacín para gestionarlo. «La idea era dedicar las edificaciones a museo y la finca, a uso recreativo», relata Maite Lobeto Romano, encargada del Museo Etnográfico del Oriente de Asturias, nacido en 2000 gracias al empuje y el esfuerzo de los porruanos. Y es que si algo caracteriza a esta joya de la que todos los llaniscos se sienten orgullosos es su estrecha vinculación con el entorno. «Fue un proyecto surgido de los vecinos, quienes siguen implicados en la gestión y participan en todas las actividades y eventos que se llevan a cabo», indica. «Porque», agrega, «somos un museo vivo, que crece año tras año gracias a las aportaciones de la gente y genera actividad económica y cultural en Porrúa, logrando integrar a toda la comunidad».

Precisamente ese fuerte vínculo que aglutina a los porruanos en torno a Llacín, así como su firme defensa de una identidad marcadamente rural y tradicional, fue uno de los aspectos que les hizo merecedores, en 2005, del Premio Pueblo Ejemplar de Asturias. «Porrúa siempre fue un pueblo ganadero, lo sigue siendo, y los de ahora seguimos empeñados en salvaguardar las tradiciones de nuestros antepasados», indica Maite. Y sus palabras cobran vida a medida que una se adentra en las diferentes construcciones que conforman el museo y que hacen a la visitante retrotraerse a una época pretérita que, sin embargo, aún se respira entre las calles de una aldea cuyo pasado sigue impregnado en las piedras de sus casas, en los praos donde pastan sus vacas y en edificios emblemáticos como su escuela –aún en funcionamiento–, su iglesia o su bolera.

Son más de 8.000 las piezas con las que cuenta el espacio expositivo, cedidas por los propios vecinos, y que permiten asomarse a la vida que llevaban sus antepasados. «Tenemos desde aperos de labranza a objetos cotidianos de las viviendas, pasando por indumentarias –destacan unos calzones de porruano del siglo XIX– y útiles de diferentes oficios de antaño, como los teyeros, y los utilizados para elaborar queso, manteca, lino y lana», explica la responsable del museo. Este, apunta, pasó tras su creación a ser gestionado por una fundación que preside Gerardo Gutiérrez, mientras que de la dirección técnica se encarga la antropóloga Yolanda Cerra, y conforma uno de los ‘pegoyos’ de la asociación, junto a su Escuela de Música Tradicional y la Banda Gaites Llacín. En una especie de perfecta simbiosis, el museo le devuelve al pueblo el trabajo y cariño recibidos «generando actividad económica, ya que recibe unos 10.000 visitantes al año que consumen en la zona, y también cultural, con numerosas actividades y encuentros», explica Maite Lobeto. A esto se suma la labor de investigación y divulgación de la cultura y las tradiciones del oriente asturiano que se impulsan desde el equipamiento, con «trabajos y libros sobre el patrimonio etnográfico y la tradición oral, así como publicaciones de diversa índole e incluso documentales». En el Llacín fueron, recalca la porruana, «pioneros en la celebración de mercados tradicionales», una de las formas de mantener el museo con recursos propios, además de «desarrollar el programa Pueblo Cultural de Europa, junto a otras once localidades».

Una de las últimas novedades incorporadas a la oferta del Museo Etnográfico del Oriente de Asturias son las rutas que tratan de descubrir a los visitantes el «maravilloso entorno, con una gran riqueza patrimonial y paisajística». Por el momento hay dos disponibles: la de la Mañanga y la Ruta del Agua, si bien la idea es ir ampliando el catálogo. «También estamos preparando el hórreo para que se pueda visitar», agrega Maite.