MIRTA MIELKE. ARTESANA DE LA MADERA. OTERO / L’AUTEIRU (CANDAMO) – 33 HABITANTES
Artista. Pintora y escritora, nació en la Rioja y residió en ciudades como Barcelona o Madrid. En una aldea de Candamo encontró hace catorce años un lugar desde el que ver el mar y desarrollar su creatividad
PABLO ANTÓN MARÍN ESTRADA
Nacida tierra adentro, en La Rioja, Mirta Mielke llegó a Asturias hace catorce años atraída por el mar. Se trasladó muy joven con su familia a un municipio de la costa barcelonesa. Allí sintió en el azul salitroso del Mediterráneo algo similar a una patria de la que se alejaría por avatares de la vida para residir en Madrid, al principio en la urbe y cuando tuvo ocasión en un pueblo de la Sierra. Pero la llamada del mar era demasiado poderosa y la intuición la orientaba hacia el norte.
En nuestra región, había un rincón dispuesto por el destino en una aldea de Candamo que visitó buscando casa: encontró el lugar en una finca desde la que se vislumbraba al fondo del paisaje el Cantábrico. Ella misma diseñó la vivienda y el taller donde trabaja como artesana de la madera. Sus piezas, especialmente las inspiradas en el arte paleolítico regional, la identifican en tiendas de objetos turísticos de todo el Principado.
Después de haber cursado Bellas Artes en Barcelona y centrar su creación en la pintura, descubrió en las formas de la artesanía una fuente fecunda de inspiración. Esa ha sido su principal actividad desde que vive en Otero/L’Auteiro. «Realmente vine buscando el mar y compré esta finca porque se veía, aunque sea un trocito. Y aquí hay campo, montaña, ciudades cerca para ciertos servicios, el aeropuerto a un paso. Es una zona tranquila y perfecta para mi trabajo a la vez que estamos bien comunicados, porque a mí me gusta comunicarme, lo que no soporto ya es asomarme a una ventana y ver solo el piso de enfrente», afirma enérgicamente.
Con el flechazo del paisaje, una vez asentada en la aldea, tuvo otro no menos fundamental. «Fui a visitar la cueva de La Peña en San Román y no solo me maravilló sino que vi allí en la obra de aquellos pintores anónimos el mismo tipo de colores y texturas que siempre me han atraído como artista. Empecé a realizar tablillas, cajas, colgantes reproduciendo esas figuras y fue todo un éxito, me pedían más. Durante un tiempo las vendí en ferias y mercadillos, en los últimos años distribuyo fundamentalmente en tiendas y en centros rupestres como el de San Román, Tito Bustillo y el Parque de la Prehistoria de Teverga. Antes lo hacía yo todo, ahora me ayuda Antonio, mi marido, que es un manitas, en preparar los soportes de madera», explica. Su faceta más puramente creativa sigue desarrollándola en los cuadros que pinta o como escritora, un campo en el que ha sido finalista en premios como el Nadal, Sésamo y Adonáis.
Pros y contras
En cuanto a su vivencia personal en el pueblo, admite que tanto ella como Antonio pasaron por una larga fase de reserva por parte de los vecinos, «la esperable a quien viene de fuera», antes de su integración en la comunidad local. Hoy, asegura que aquí se siente en su sitio. «Tenemos carencias, como en todo el medio rural. Las comunicaciones, la principal, aunque el ayuntamiento de aquí se ocupa bastante de los pueblos, tanto en apoyar las actividades tradicionales como en los nuevos negocios o en extender internet. Debería ser así en todas partes. Y quienes vienen de fuera, tendrían que aceptar lo que es propio en una aldea, no quejarse porque oyen un gallo o del olor de las ganaderías. En nuestro caso, esto es lo que siempre quisimos. No nos vemos viviendo en una ciudad», sentencia convencida.