MIEL OUTURELOS Y EL PAÍS DEL ABEYEIRU (VILLARMEIRÍN, IBIAS) – 7 HABITANTES  Y PENA DA NOGUEIRA DE MUÑIZ – 2 HABITANTES
Alberto Uría cambió de vida. Dejó Oviedo y se propuso recuperar un cortín en Ibias. Criar abejas, recolectar miel respetuosamente y poner en valor la cultura tradicional y las riquezas naturales de los montes y bosques de uno de los concejos más bellos

OCTAVIO VILLA

No todo es dinero. Es la primera impresión que uno se lleva cuando ve a Alberto Uría feliz en su cortín de Villarmeirín, entre sus abejas. Con delicadeza, coge una muerta del suelo y hace un mohín de lamento, pero las ve de otra forma, como lo que son: «Organismos compuestos de miles de individuos, en los que el éxito se mide en términos de colmena».

Alberto decidió hace años dejar Oviedo y volver a la cuna familiar, en el límite entre Ibias y el concejo lucense de Negueira de Muñiz, el más deshabitado de toda Galicia. En El País del Abeyeiru, como él llama a su obrador-museo, sito en la casa familiar de Pena de Nogueira, rehabilitada con delicioso gusto y respeto por la tradición y convertida en un aula de interpretación de la ancestral cultura de la miel, tan enraizada en Ibias.

En ese suroccidente extremo asturiano «hay unos 300 o 400 cortinos y talameiros. Son una gran riqueza cultural», dice Alberto, si bien reconoce que «el número exacto es muy difícil de saber.

Muchos están abandonados, el bosque ha crecido dentro, los caminos por los que se llegaba a ellos están tomados de maleza…». Él, con la ayuda de varios vecinos de Villarmeirín, ha rescatado una de esas construcciones heroicas y la ha puesto en funcionamiento. Un trabajo hercúleo para cuidar de unas 30 colmenas que en un buen año producen unos 450 kilos de miel. Miento. Producen más del doble, pero la forma de trabajar de los abeyeiros no supone «ni quitar toda la miel a la colmena, porque tiene que vivir de ella cuando no hay floración», ni «prácticas como alimentar a las abejas con agua azucarada. En el pequeño museo, por ejemplo, Alberto muestra antiguos truébanos (las colmenas hechas de troncos vaciados) con dos marcas a un tercio y dos tercios de altura de la colmena: «Los abeyeiros solo cogían la miel de los panales del tercio superior. A veces, pocas, algo del tercio medio».

Respeto. Por la cultura tradicional y su valor. Por las abejas y su importancia para el entorno «como polinizadoras». Por la miel, el polen, la cera y la jalea real: «A ver, el miel hoy se ve solo como un alimento, pero para la gente del campo de hace décadas o siglos era mucho más: Era alimento, sí, pero también era medicina, antibiótico… Era también el ‘además’ que tenían algunas familias para comerciar en una economía básicamente de trueque». ¿’El’ miel? «Sí, en masculino. En Ibias se hablaba de ‘el miel’ de toda la vida».

No todo es dinero, decía. Haciendo cuentas, las aproximadamente 200 colmenas que tiene Alberto no dan, suponiendo un monocultivo, para llevar lo que en la ciudad se entiende por una existencia desahogada. Pero Alberto es una persona feliz. En Villarmeirín todos lo conocen. Todo el mundo en Ibias lo saluda con una sonrisa franca en la cara.

Complementa su trabajo con las colmenas y con ‘el miel’ con cursos de difusión de los valores de la cultura del suroccidente asturiano y de la naturaleza del entorno, desde la base de Pena da Nogueira, desarrollando una labor como guía naturalista en el entorno para los visitantes que quieran contar con sus servicios. El pasado verano fueron algo más de un centenar, pero Ibias, actualmente, tiene pocos alojamientos activos y una manifiesta escasez de lugares donde comer. Puede ser, sí, un paraíso para el turista de autocaravana o de moto, porque su carretera principal, larga y sinuosa, está mayoritariamente bien asfaltada y toda ella tiene unas vistas absolutamente apabullantes. Los osos pardos campan felices en Ibias, solo contrariados por no poder acceder a la miel de las colmenas que aún protegen los cortinos.