El lujo del espacio. En los tres concejos que comparten apellido es fácil olvidarse de que somos seres terrenales. El paisaje invita a cada paso a sentirse halcón o águila
Al recorrer Los Oscos es difícil no sentir un deje de infinitud. Los montes, montañas, bosques y la propia atmósfera, en ocasiones tridimensional de niebla y viento y en otras luminosa de un Sol que parece allí más cercano hacen, quizá por mor de la escasez de paisaje humano, que el territorio parezca no tener límites. Más aún desde lugares como el balcón de Los Oscos, un altozano desde el que se divisan cómodamente desde un asiento de rústica madera los tres concejos, sin que sea fácil distinguir cuál es cuál o qué cortín está aún en producción de miel en su eterna lucha contra el oso o cual es ya una ruina irrecuperable, con vocación de resto arqueológico como los castros que se esconden en los bosques de todo el occidente.
En ese lugar el tiempo no existe –ójala– y se puede oír aún a los últimos ferreiros, como el muy santallés Friedrich (Fritz) Bramsteidl, un austriaco que lleva desde el siglo pasado enamorado del Mazonovo, de la tradición de los viejos herreros y de la posibilidad de transmitir al futuro su cultura. Es una de las personas que más hace por esa continuidad en toda Asturias. A pocos metros se vuelve a viajar en el tiempo de forma instantánea, en la casa natal del marqués de Sargadelos, que hoy es un museo tanto del propio personaje como de la cerámica que lleva su nombre y de la que Galicia se apodera de tal forma que pocos asturianos saben que don Antonio Raimundo Ibáñez Gastón de Isaba y Llano Valdés nació y se crió en Santalla, concretamente en Ferreirela de Baxo, hijo de un hidalgo que trabajaba en el Ayuntamiento.
Tal vez imbuído del carácter emprendedor de su época (nació en 1750) y de los naturales del occidente astur, don Antonio Raimundo no sólo fue el creador de la cerámica de Sargadelos. Con apenas 18 años ya impulsó la industrialización de la ría del Eo desde Ribadeo, donde puso en marcha la primera siderurgia integral del país en 1791. Desde 1794 sería Real Fábrica y trabajaría casi en exclusiva para el Estado, como proveedor de municiones de cañón. Ya al final de su vida, este santallés da nacimiento a la fábrica de loza tipo Bristol, también pionera en España. Ibáñez fue impulsor del comercio de lino, de alcohol, de materias primas de las minas que él gestionaba.
Apoyó el enciclopedismo y en el siglo de las luces destacó como erudito ilustrado: «No puede sostener el progresar sino por medio de la industria, fábricas, comercio y navegación», dejó escrito. Y como los humanos somos ángeles y demonios, durante la guerra contra Napoleón fue linchado en Dompiñor (Lugo) acusado de ser un ‘afrancesado’ por una turba manipulada por sus rivales. Era el 2 de febrero de 1809 cuando le maniataron e hicieron que un caballo le arrastrase hasta la muerte por las calles. Hoy, su casa natal le recuerda, y su espíritu vuela desde el balcón que le ofrecen Los Oscos.
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