MARIO FERNÁNDEZ y PILAR BORREGO GÜERTA. ESCUELA LA LLERA. PUENTE DE ARCO (LAVIANA) – 55 HABITANTES
Sembrando valores. Recuperar la conexión con la tierra y con la cultura que la abonó es la herramienta pedagógica en la que esta pareja de educadores sociales ha puesto las bases de su propio proyecto
PABLO ANTÓN MARÍN ESTRADA
Adon Armando Palacio Valdés, seguramente le haría ilusión saber que a poco más de dos kilómetros de su casa natal en Entrialgo, en la vega del Nalón, una joven pareja intenta que las nuevas generaciones recuperen el nexo con su aldea perdida, la cultura campesina que forjó el paisaje de este valle durante siglos y que la industria minera transformó en un entorno muy distinto. Los castilletes de los pozos son hoy arqueología industrial y en las cuencas, para emprendedores como el entreguino Mario Fernández y la sevillana Pilar Borrego, el verde vuelve a ser el color del futuro. Su proyecto de Güerta Escuela La Llera es una realidad que busca revitalizar el medio rural desde su conocimiento o la formación en su cultura y valores.
«Los dos venimos de la educación social, antes de poner en marcha esto trabajábamos con menores en riesgo de exclusión. Vimos la necesidad de crear un proyecto que vinculase a la gente más joven, pero también a los adultos, con las raíces y la cultura campesina . Era también un planteamiento personal para ambos de querer vivir de otra manera y dignamente de nuestro trabajo», explican. Así surgió La Llera, en una finca propiedad de la familia de Mario que había sido aprovechada como otras de la vega como terreno de cultivo tradicional y pastos para ganado. En ella acogen visitas y experiencias de centros escolares, grupos de personas con diversidad funcional o menores de centros tutelados, e imparten cursos y talleres en las materias más diversas destinados al público general: desde elaboración de pan con masa madre, cosmética natural, elaboración de sidra, poda e injerto de frutales, hilado de lana, plantas silvestres comestibles y aromáticas, talla de piedra o biodiversidad.
«El punto de conexión es siempre la tierra –apuntan–. El objetivo es seguir educando en valores –nuestra base– utilizando la herramienta pedagógica de las labores asociadas a ella y al entorno ambiental». La tutorización de huertos escolares en centros educativos de la zona es otro campo en el que trabajan, incluyendo la formación del profesorado. A la vez, como complemento a la actividad de la finca, ambos diversifican sus ocupaciones en ámbitos paralelos: Pilar como educadora eventual y él en su «empresina», Guías Cantábricos, realizando rutas de montaña.
Cuando se les pregunta por posibles alternativas para la revitalización del medio rural, exponen su experiencia particular: «Nuestro proyecto fue muy bien recibido por la administración local y desde la oficina de Reader apostaron por ello desde el primer momento, pero nos encontramos con la burocracia de este país. Estuvimos ocho años peleando por la licencia de obras, perdimos fondos mineros, por suerte las ayudas leader no caducaron. No es normal que cuando quieras establecerte como emprendedor rural te tengan ocho años pasando un papel de una mesa a otra, que te pidan otro documento y cuando preguntes por el tiempo de espera te digan tan anchos: ‘Año y medio’ ¿Y en ese tiempo de qué vives?», expresan. La otra asignatura pendiente «es la educativa, si formas a la gente de los pueblos y les das estrategias reales de supervivencia, se van a quedar. Hay oficios vinculados al medio rural que con una buena cualificación profesional pueden hacer que este mundo siga vivo. Se pueden hacer muchas cosas, si se quiere», opinan.