MARÍA PÉREZ. MAESTRA AZABACHERA – LA MADREÑA (VILLAVICIOSA) – 15 HABITANTES
Piedra mágica. La artesana gijonesa llegó hace más de dos décadas a la aldea maliayesa en la que descubrió el azabache, un oficio y una forma de vida en un entorno del que solo echa en falta la mejora en las comunicaciones digitales y la telefonía
P. A. MARÍN ESTRADA
La gijonesa María Pérez llegó a La Madrera en 1997 «huyendo de la vida en la ciudad, las prisas, los ruidos» –dice– y en esta pequeña aldea, a la que se accede desde Lugás por una sinuosa carretera que termina en ella, encontró su lugar en el mundo y el oficio al que lleva consagrada desde entonces: la talla de azabache. Aquí tiene su taller, un auténtico espacio de exploración creativa que le ofrece este mineral de milenarias propiedades mágicas y en él nació la escuela-tienda abierta en Villaviciosa, donde prolonga su trabajo, divulgando una tradición estrechamente vinculada al concejo maliayés.
«Realmente el azabache vino a mí de casualidad. Yo empezaba en la joyería y después de instalarme en la aldea, Nestor Costales (el último maestro artesano de Argüeru) me regaló una ‘piedrina’ en bruto. A partir de ese momento en que comencé a mancharme las manos con él me atrapó completamente y la joyería pasó a un segundo plano», explica. Aprendió a trabajar el mineral de forma autodidacta y tras muchos años de manejo, acabaría enseñando a otros: «Venía gente desde muy lejos al taller porque no había dónde iniciarse y esa fue una de las razones por las que decidí abrir la escuela en La Villa». Una dificultad añadida era y sigue siendo la falta de materia prima. «Cuando yo empecé vivía Tomás Noval y todavía suministraba algo. Tuve la suerte de conocerlo y descubrir los entresijos del azabache, también me di cuenta del entorno que lo rodeaba, tan negro como su color». Pérez alude a la principal consecuencia de su escasez: «el falso azabache, lignitos que vienen de Turquía, Georgia y otros países, se compra a unos 25 euros el kilo y se vende como auténtico, cuando el original se paga a unos 400. Hoy el fraude campa a sus anchas y es una pena porque este es un tesoro único en Asturias, con un importantísimo valor económico y cultural», afirma. Ese es uno de los caballos de batalla del colectivo que fundó la artesana con otros compañeros la Asociación Azabache Jurásico. En su taller de La Madrera nacen las ideas y los diseños de sus piezas, en ese sentido considera que «vivir en una aldea es ideal para desarrollar una labor artesanal, pero también otras. Aquí se asentó hace poco una pareja joven inglesa que trabaja por internet. La calidad de vida que ofrece el entorno rural no tiene precio, aunque seguimos teniendo muchas carencias. La cobertura de telefonía es casi nula y la digital, con muchos fallos. Yo participo en seminarios ‘online’, doy conferencias para organismos como el IGE (Instituto Gemológico Español) y se interrumpe la conexión constantemente. Es un problema grave que siguen teniendo muchas aldeas», asegura la artesana.
En todo caso, las deficiencias e inconvenientes que supone vivir en un núcleo rural aislado, en la balanza de esta azabachera pesan menos que las muchas ventajas que admite haber encontrado en La Madrera: «La calidad de vida es la clave y yo la tengo. Salir a la calle y estar como en casa, respirar aire limpio, escuchar a los pajarinos, es impagable. Para mi actividad poder trabajar tranquila, a mi ritmo, sin molestar a nadie ni que nadie me moleste. Cada vez estoy más convencida de que mi sitio está aquí. No volvería a la ciudad ni loca», zanja.