MANON DUQUESNAY Y BORJA LLORENTE. BAILARINES – SALA SABIL. VILLANUEVA (SANTO ADRIANO) – 105 HABITANTES
Danza. Bailarines profesionales, la pandemia les impulsó a dejar Madrid para establecerse en un pueblo de los valles del Oso con su proyecto educativo, lúdico y artístico integrado en la comunidad
PABLO ANTÓN MARÍN ESTRADA
La naturaleza está en cualquier lugar en perpetuo movimiento», se lee al entrar en la Sala Sabil, un espacio para la danza y otras actividades lúdico-educativas abierto en Villanueva (Santo Adriano) por una joven pareja de bailarines de larga trayectoria que abandonaron Madrid tras el confinamiento de la pandemia para venir a establecer aquí su proyecto empresarial, creativo y vital. Manon Duquesnay, francesa-danesa, y Borja Llorente, madrileño, imparten en un local del Centro de Empresas municipal clases de zumba, yoga, movimiento e improvisación, psicomotriciad para niños o boxeo, a la vez que acogen residencias artísticas para compañías y artistas individuales o talleres intensivos para profesionales de esta especialidad escénica. «Un proyecto de locos si haces un estudio de mercado y ves que son nueve pueblos con 288 vecinos, pero lo que nos hemos encontrado por parte de la gente ha sido lo opuesto a ese prejuicio: ganas, actitud y muchos valores para empujarnos a seguir hacia adelante», afirman.
«El confinamiento nos pilló en Madrid en un piso de 20 metros cuadrados y nos hizo sentarnos en el sofá para plantearnos qué vida estábamos viviendo y cuál era la que queríamos llevar», desvelan ambos, padres de un niño de seis años y con otra criatura en camino. Antes de la pandemia habían visitado a unos tíos de Manon que residen en Villanueva y el entorno les fascinó. Fue el primer lugar en el que pensó su compañero para intentar emprender esa nueva vida, aunque ella no lo veía tan claro: «Yo tenía una imagen de Asturias de gente muy mayor y con poco futuro para una familia joven». La realidad se encargó de desmentirlo: «Ahora mismo hay ocho niños viviendo en el pueblo y vimos que este era el lugar en el que nos gustaría que crecieran los nuestros. La libertad que tiene aquí el crío no la ha conocido jamás en ningún lado. Sale de casa y hasta la plaza del pueblo ya le han ofrecido dos chocolatinas, le han dicho ‘qué tal estás’ y él se siente cuidado y protegido por todos los vecinos», explican. Los dos defienden que «los valores de comunidad que hay aquí no los encuentras en la ciudad, en un pueblo no verás a nadie pidiendo en la calle, si un vecino necesita algo estamos el resto para apoyarlos, el respeto, el entendimiento, son valores que compartimos. Aquí producimos nuestros propios alimentos, tenemos una huerta de 400 m2, gallinas, un rebaño de ovejas. El aire que respiras, el agua que vas a buscar a la fuente, son cosas básicas pero te cambian la vida para bien», aseguran.
La propia acogida que tuvieron para poner en marcha su proyecto terminó de convencerles. «El apoyo y las facilidades del ayuntamiento fueron totales, también el de la agente de desarrollo local. Una ayuda Leader nos sirvió para arrancar, el resto fue el boca a boca y que la gente nos conociese. El primer año tuvimos una docena de alumnos, este más de veinte y el próximo contamos llegar a la treintena». Borja colabora además con colegios de Proaza y Quirós en actividades extraescolares. Integrados en el pueblo, participan en cada iniciativa colectiva, de sextaferias a amagüestos y su propósito es mostrar a sus vecinos los proyectos artísticos creados en la sala. Consideran que «la cultura, la salud o el bienestar físico y mental son servicios básicos también en el medio rural». Su apuesta parte de ello.