MADREÑES LOZANO (VENEROS, CASO) – 50 HABITANTES
Juan Lozano lleva casi 60 de sus 71 años haciendo madreñas. Primero en Bezanes, de donde es, luego en Veneros, «donde me casé». Antiguo presidente de los artesanos de la madera de Caso, teme que en pocos años se pierda esta tradición y su riqueza
OCTAVIO VILLA
Juan Lozano comienza todos sus días de la misma forma: ‘aponiendo’ trozos de abedul o nogal para darles una primera aproximación a la forma de una madreña. El proceso es raudo y se hace con un hachu (el suyo, de mango largo) a una velocidad y con una precisión endiabladas. Lo tiene tan mecanizado, que no para de hablar mientras lo hace.
Cuenta Lozano que todos los de su apellido «eran buenos madreñeros». Hoy queda él. Y pocos más, en Caso: César en Tarna, Loli en Bezanes y el «menos mayor» de todos, Raúl Barbón, a caballo entre Caso y Laviana. Él nació en Bezanes, en un tiempo en el que «había más de setenta madreñeros en el pueblo, aunque la mayoría las hacía solo para casa. Prácticamente todos los del pueblo sabían». Con 12 años, él también aprendió las artes del tronzador, el hachu o brosa, la zuela, el taladru, la vara de medir, el llegre, el raspón, el cepillo y el cuchillo o navaja. Y hasta hoy. Miles de madreñes han salido de sus manos, a un ritmo de «unas cuatro horas por cada par», afirma.
En la venta al detalle, les pone un precio de 30 euros. Y ahí está una de las claves «de por qué hay tan poca gente que se dedique a esto. Vengo a salir a unos seis euros de precio de venta por hora. De beneficios, mejor no hablar. Lo mismo ahora, con la crisis de la pandemia, puede que se anime alguien a hacerlas, pero hay que saber».
En su opinión, se está perdiendo a marchas forzadas una tradición cultural que, aunque «nació en Holanda en la Edad Media» está enraizada en la identidad asturiana «casi desde entonces, porque aquí llegó muy pronto».
Había madera accesible, ferreiros para elaborar las herramientas y era un calzado «que aún a día de hoy conserva muchas ventajas sobre las botas de goma: se quitan y se ponen muy fácilmente, son baratas y en la huerta sus tarucos y tazu (los tres tacos que se apoyan en el suelo) no dañan tanto la tierra como las botas de suela plana. Y, sobre todo, tienen un valor cultural». Y de identidad.
Y son un atractivo para el visitante («este año he vendido muchas a vascos, valencianos y catalanes aquí, en Veneros), que puede fascinarse con todo el proceso, que empieza, en realidad, con la selección y el cuidado de los árboles destinados a convertirse en madreñas: «Un nogal puede darte madera para unos 40 o 45 pares. Pero hay que ver que sea madera con pocos o ningún nudo, y es preferible que sea de la parte baja del tronco».
A unos pasos de la casa de Juan, en Veneros (apenas a dos kilómetros de Campo de Caso, la capital) está el Museo de la Madera, donde además de información y muestras de todo el instrumental usado en los trabajos madereros asturianos desde la prehistoria se pueden ver ejemplares de los al menos 20 tipos de madreñes que se elaboraban en Asturias, desde la peculiar ‘zoca’ de San Tirso de Abres a la ‘tarnina de chapín’ de Caso o las de Picu Corteu de Quirós y Lena o la lenense de Cresta de Gallu, con una pella frontal sin tarucos.
Juan se queja de que falta apoyo institucional. «En el museo tendría que haber una persona bien pagada y bien formada que no se limitase a poner un vídeo, sino que explicase bien todo». Pero la cosa va más allá: «Yo presidía la Asociación de Artesanos de la Madera y la Madreña de Caso. Organizábamos ferias, teníamos un taller abierto al visitante en Pendones… pero el Principado no hace mucho por conservar nuestra artesanía y su valor cultural. Retiró la subvención y hasta el Museo Etnográfico que se construyó en Veneros está por inaugurar. Me temo que seré uno de los últimos madreñeros».