LUCÍA ANTUÑA. PIENSOS EL COLLAÍN – RIOSECO (SOBRESCOBIO) – 334 HABITANTES
A demanda. Lucía Antuña cogió una tienda de piensos que había pasado por numerosas manos y empezó a ampliar el negocio guiándose por las peticiones de la gente hasta consolidarse con una tienda de alimentación
MARÍA AGRA
Lucía Antuña estuvo más de una década viajando todos los días de Rioseco (capital de Sobrescobio) a Oviedo para trabajar en una multinacional. Hasta hace cuatro años y medio, cuando se quedó embarazada de su hijo y decidió que quería asentarse definitivamente en el pueblo. Aprovechando que un conocido tenía un almacén de pienso para animales en Rioseco que quería dejar, Lucía se hizo con las riendas del negocio y se lanzó a emprender en el entorno rural. Así fue como acabó a los mandos de El Collaín, una nave ubicada a la orilla del espectacular pantano de Rioseco. «Al llegar vi que el concepto era todo piensos, pero la gente pedía más y empecé a agrandar el negocio», cuenta.
Había demanda de plantas, productos de jardinería, ferretería, calzado e incluso alimentación, por lo que su idea fue «ir metiendo cada vez más mercancía en función de lo que pida la gente». Así fue como abrió, hace dos años, una tienda de alimentación en la nave donde almacena todos sus productos. Aunque tenía miedo de que no saliese bien, «la tiendina» acabó ayudando mucho. «Para el que viene a por un saco de perros y ve la fruta, es un enganche, y al final me deja más un kilo de manzanas que un saco de pienso».
Sin embargo, no todo fue tan sencillo, sobre todo al principio. «Por aquí pasaron bastantes dueños, así que me costó mucho hacerme con la clientela porque la gente de pueblo quiere que esté siempre la misma persona. Lo más difícil fue conseguir que cogiesen confianza conmigo y volviesen a comprar», explica Lucía, que además no quiso solicitar ninguna ayuda para emprender. «Tenía miedo de pedir una subvención y que tuviese que cerrar a los dos días, porque entonces la tienes que devolver, así que decidí pagar lo que pudiese y si tenía que bajar el portón, lo bajaba», afirma. Por suerte, ya contaba con una ayuda muy importante: la nave en la que se instaló es de su familia, así que nunca ha tenido que pagar alquiler.
Aunque los inicios fueron duros, ahora no cambia «esto» por nada. «El aire que respiras, el entorno, la naturaleza… No tiene nada que ver con un centro comercial, donde estás encerrada y no ves nada. Aquí, si me apetece salir, voy afuera, me siento y tomo el sol. Esto es la vida», asegura. Además, cuenta con el plus de que «toda la vida tuve jefes y ahora trabajo para mí, que no tiene nada que ver», confiesa entre risas y enamorada de su pueblo.
Eso sí, hay una dificultad que sí se ha mantenido a lo largo de estos años: el transporte de mercancías por parte de los proveedores. «Los camiones no quieren subir aquí y muchos me lo dejan en Pola de Laviana. Para ellos, salir de la ruta de Laviana hacia arriba ya es como estar en Tarna y no les interesa. Tengo que disponer yo de un vehículo y bajar a recoger la mercancía a Pola de Laviana», apunta. Un gasto extra de combustible que, lógicamente, corre a su cuenta. Lo peor es cuando ni siquiera puede hacer negocio por la distancia. «Hace un par de meses todavía tuve el caso de un proveedor de piensos que se negó a distribuirle porque solo reparte hasta Pola de Laviana», indica con desánimo. No entiende la negativa teniendo en cuenta que «de Laviana a aquí hay diez minutos y encima la carretera es buenísima». De momento se apaña como puede, pero cree que habría que facilitar el transporte en las zonas rurales.