LORENA MAGARIÑO – PISCIFACTORÍA PIGÜEÑA – SAN CRISTOBAL (BELMONTE) – 39 HABITANTES
De Extremadura a Belmonte. Hace 9 años que Lorena se dedica a la cría de truchas en la piscifactoría Pigüeña, a la que ha conseguido sacar rentabilidad a pesar de la falta de ayudas para el sector
LUCÍA LÓPEZ PÉREZ
Nacida en Avilés, de padres extremeños y tras mudarse de Piedras Blancas a Belmonte de Miranda para hacerse cargo de su piscifactoría, puede decirse que la de Lorena Magariño es una vida entre múltiples tierras. Tras vivir durante varios años en la comarca avilesina y con la jubilación de su padre, Lorena se marchó junto a su familia a Cáceres, donde «formaba parte de un grupo de baile regional con el que hacíamos intercambios con varias comunidades y una de ellas fue Asturias». Un regreso a la región que pareciera ser cosa del destino, ya que «en ese intercambio conocí a mi marido, que también formaba parte de un grupo de baile regional». Lo que Lorena no sabía entonces es que la historia de amor, que se consolidaría durante dos años a distancia, la acabaría trayendo definitivamente de vuelta a Asturias para formar una familia. Así lo hizo en Piedras Blancas, donde trabajaba como cajera de supermercado, mientras que su marido lo hacía en la construcción.
Sin embargo, la llegada de la crisis inmobiliaria en 2008 hizo que la familia tuviese que buscar nuevas alternativas. Y las encontraron, concretamente en el sector piscícola, ya que «a mi marido le gustaba mucho pescar y siempre coincidía en San Esteban con el dueño de esta piscifactoría». Fue él quien le comunicó que iba a venderla y que «creía que podía ser un buen negocio para nosotros».
Así, y tras barajar las posibilidades que tenía, «porque estaba abandonadísima», Lorena volvió a mudarse. Y esta vez hacía la zona más rural de Asturias, lejos de las comodidades y cercanía de una ciudad, algo que al principio, reconoce, le daba cierto vértigo ya que «en Piedras lo tienes todo a mano y aquí necesitas el coche para todo, no ves gente…». Aún así, adaptarse no fue complicado y de hecho, afirma que ahora «cuando voy a Piedras Blancas a ver a la familia, me agobio».
Por desgracia, no se encontraron con la misma facilidad de adaptación al tomar las riendas del negocio, pues a pesar de que «el propietario nos dio lo básico, no teníamos ni idea de nada». Eso sí, «cada día aprendes cosas nuevas». Pese al desconocimiento, consiguieron sacarle rentabilidad, llegando en la actualidad a criar a 15.000 truchas y vender a la semana unos 100 kilos a bares y pescaderías. Lorena asegura que el exito fue producto de «nuestro esfuerzo», ya que lo consiguieron «sin ayudas», aunque sí con «muchas trabas» a nivel burocrático, puesto que, pese a ser «la piscifactoría más pequeña de Asturias y la única en la que se trabaja de forma manual», las exigencias por parte de la Administración son iguales a las que les piden a las grandes empresas.
Dado esto, Lorena no duda en reclamar al Principado «que se nos escuche más» debido a que «estamos aquí luchando por la acuicultura que, si está viva es por nosotros, no por las ayudas». Ella misma es consciente de que el sector de la pesca y de la crianza de peces sufre un «abandono total» a la hora de recibir cualquier tipo de apoyo.
Lorena ha vivido de primera mano esta «pasividad» de la Administración especialmente en invierno, la época de las riadas, las cuales «me destrozan muchas cosas y no recibo llamada de nadie preguntándome qué necesito o cómo me pueden ayudar». Y es que para ella «si no perteneces a un gremio, despídete». Este es uno de los motivos por los que, precisamente, no se siente parte del «gremio de mujer rural», a pesar de que «sí soy una mujer trabajadora que se hace cargo de su negocio y que ha apostado por él».