kIKIRICOOP (SANTOLAYA DE CABRANES, 182 HABITANTES)
Kikiricoop son cinco amigos: Verónica, María, Guillaume, Sergio e Íñigo. Con un servicio de catering y un producto estrella, la Asturcilla, son también los principales responsables de que el parque infantil de Santulaya haya vuelto a llenarse de vida

OCTAVIO VILLA

El principal producto de Kikiricoop es la vida. Cinco amigos (las parejas María e Íñigo, Vero y Sergio, y Guillaume) decidieron hace unos años dejar la vida en la ciudad e irse al campo. Vienen de «movimientos sociales, algunos trabajamos en el Arcu la Vieya –una conocida tienda de comercio justo– y tenemos relacion con Cambalache», explica María Arce.

Ella y el cocinero Íñigo González fueron el germen de su servicio de catering, conocido como Con-fusión (con y sin guion), mientras que el hostelero e informático Sergio de la Hoz y la educadora Verónica Sánchez aportaron la fórmula de la Asturcilla, una crema de leche de una ganadería de Nava –La Roza, que produce en ecológico también para la quesería de Varé–, cacao, avellanas ecológicas de origen certificado de Asturias y Cataluña, azúcar panela y aceite de girasol de primera presión procedente de una cooperativa de Burgos. El resultado, una delicia para paladares bien formados, de intenso sabor a cacao y un aroma de avellanas muy auténtico. Junto a ellos, Guillaume Duval se ocupa de lo agrícola… y de lo humano, que es el corazón de esta empresa.

En Cabranes, hay quienes «nos llamaban neohippies», tanto por su desenfadada manera de vestir como por el concepto cooperativo con el que trabajan y también por la apuesta por úna alimentación «exótica, con mucha verdura, recetas veganas y dedicada a un público minoritario, pero que es muy fiel», relatan. Hoy organizan eventos, tanto privados como en colaboración con negocios como La Casona de Amandi.

Con la crisis del coronavirus, se vieron en la obligación de ser un poco más osados. Optaron por convertir el catering en algo más ambicioso y dar servicio a domicilio en el centro de Asturias. La logística puede ser un problema en ese sentido, por los costes añadidos, pero Kikiricoop tiene en la extensión del cooperativismo una buena solución. Hoy comparten la logística con sus vecinos de Funginatur, que cultivan seta shitake, con los maliayos de Ecojusto, que llevan huevos ecológicos al entorno cercano (la huella ecológica es un aspecto que tienen muy en cuenta) y pronto se incorporará un productor local de verduras.

La clave para ellos es su concepto de dignidad vital, que en la cocina se traduce en la ‘slow food’, comida sana para ser disfrutada más que consumida. Y en su organización se traduce en un hecho que puede parecer sorprendente a primera vista, pero que está llena de sentido: «El trabajo más importante para nosotros es el del que se ocupa de los niños», un trabajo que quieren «visibilizar claramente y que se remunera, obviamente». Son seis niños de entre dos y nueve años y que han vuelto a poblar de risas el parque infantil de Santolaya.

Una capital minúscula de un concejo despoblado cuya escuela corría hasta hace poco peligro de cierre y que este año es la única de la Asturias rural que crecerá en matriculación. Poco a poco, Santolaya de Cabranes se va impregnando de nuevo de vida. Y no es una imagen. Hoy son muchos los pueblos de la Asturias rural en los que no se oye ni la risa ni el llanto de un niño, tantos, que al llegar a Santolaya el viajero se sorprende por el agradable contraste, que hace pensar en que no todo está perdido. Que otra forma de entender la vida es posible, poniendo por delante, se esté o no de acuerdo con los conceptos de Kikiricoop, el aprovechamiento del tiempo de calidad junto a las personas del entorno propio. Kikiricoop lo hace con comida buena y sana y una crema de cacao que le pone el punto pecaminoso a la receta global.