El comisionado del Principado para el Reto Demográfico subraya ante el Congreso que la crisis de la COVID obliga a replantear el modelo

OCTAVIO VILLA 

El comisionado del Principado para el Reto Demográfico, Jaime Izquierdo, compareció esta mañana ante la Comisión del Congreso de los Diputados para la Reconstrucción Económica y Social de España, en la sesión que abre las 24 comparecencias de expertos para guiar la labor del grupo de trabajo de Reactivación Económica, que planteará al Gobierno una serie de claves para afrontar esta labor tras la crisis de la COVID-19.

Izquierdo llevaba ya mucho tiempo estudiando la problemática de las zonas rurales asturianas, en particular las muy despobladas alas de la región. La crisis sanitaria ha intensificado en parte algunos de los problemas, pero también ha demostrado que el sector primario de la región, lejos de ser prescindible, tiene un carácter estratégico, y que ello es trasladable a todo el territorio nacional.

«La COVID-19 ha venido a decirnos que vamos mal y nos lo ha dicho utilizando, paradójicamente, los mismos canales que utiliza la economía moderna: la globalización para convertirse rápidamente en pandemia y las grandes ciudades para llegar a más personas y hacer más daño», explicó Izquierdo ante la comisión, haciendo un paralelismo entre la COVID-19 y «un infarto que le ha dado a la humanidad que hace más que aconsejable cambiar de vida y buscar unos hábitos razonables».

Tales hábitos pasarían por tres puntos principales. El primero, según Izquierdo, sería que los gobiernos abordasen «un sistema de poblamiento territorial más equilibrado y en una nueva relación campo-ciudad», toda vez que Asturias y España están «conformadas por ciudades que están dejando de ser funcionales y saludables y por un campo cada vez más despoblado o abandonado». El segundo, reducir los movimientos innecesarios. Y el tercero, frente al modelo de la globalización, «reducir su hegemonía a través de una ‘localización’ productiva inteligente y del desarrollo regional.
Por encima de los intereses actuales del campo, que pasan «por la industria agroalimentaria intensiva, la urbanización -como segundas residencias- o la selva -el abandono-, Izquierdo propone un modelo en el que el teletrabajo, con buenas coberturas de internet para todo el territorio, haga posible que trabajadores de ciudad vivan y trabajen desde el campo. Más aún, que hagan «‘tierratrabajo’», atendiendo un huerto o siendo «copropietarios de un rebaño comunitario o concejil, o al menos integrados en una cooperativa de agricultura de proximidad».

Asume Izquierdo que este sería un cambio a largo plazo, pero que se podría empezar ya «preguntando a las empresas y las Administraciones públicas qué tareas pueden desarrollar sus empleados de forma desconcentrada y remota, y a los empleados quiénes estarían dispuestos a cambiar la ciudad por el campo», en lo que sería un «gran cambio cultural».

 

 

POR UNA NUEVA ECONOMÍA POSINDUSTRIAL PARA LOS TERRITORIOS RURALES
Intervención ante la Comisión no permanente del Congreso de los Diputados
para la Reconstrucción Económica y Social de España

Grupo de trabajo de Reactivación Económica

Madrid, 9 de junio de 2020

JAIME IZQUIERDO
Comisionado para el reto demográfico
Gobierno del Principado de Asturias

Buenos días. Quiero agradecerles la deferencia que han tenido invitándome a
intervenir y especialmente a la agrupación de electores Teruel Existe y al
diputado Tomás Guitarte que me han propuesto. Confío en que mi intervención
les sea de utilidad.
Quisiera empezar con una idea enunciada en 1961 por el filósofo y urbanista
norteamericano Lewis Mumford a partir de la cual trataré de esbozar una
propuesta a favor de una nueva economía para los territorios rurales. Dice
Mumford: “Las aldeas están funcionalmente más próximas a su prototipo
neolítico que a las metrópolis que han empezado a absorberlas hacia sus órbitas
y a minar su antiguo modo de vida. Tan pronto como permitamos que la aldea
desaparezca, este antiguo factor de seguridad se desvanecerá. La humanidad
todavía tiene que reconocer este peligro y eludirlo”. Esa advertencia de
Mumford sobre el peligro que corre este “antiguo factor de seguridad”, que “la
humanidad todavía tiene que reconocer” para eludir su extinción, ha cobrado
especial relevancia durante estos meses de pandemia e inseguridad.
Como sabemos, dos de las principales características de la sociedad actual son
su vinculación a la ciudad —y en muchos casos a la hiperconcentración urbana—
y a la hipermovilidad que se manifiesta en dos escenarios: en el local de
cercanías, con cientos de miles de personas moviéndose a la vez en las horas
punta de entrada y salida de las ciudades; y el global, con millones de personas y
miles de toneladas de materiales cruzando el planeta de punta a punta. Ambas
características son también dos de los principales factores de riesgo para la
salud del planeta y de las personas.
La COVID-19 ha venido a decirnos que vamos mal y nos lo ha dicho utilizando,
paradójicamente, los mismos canales que utiliza la economía moderna: la
globalización para convertirse rápidamente en pandemia y las grandes ciudades
para llegar a más personas y hacer más daño.

 

Podríamos decir que con la COVID-19 a la humanidad le ha dado un infarto y por
eso parece más que aconsejable cambiar de vida y buscar unos hábitos más
razonables.
Centraré mi intervención sobre tres preguntas. Primera, ¿es factible pensar en
un sistema de poblamiento territorial para España más equilibrado y en una
nueva relación campo – ciudad? Segunda, ¿para producir economía es necesario
tal nivel de movilidad o podemos estar un poco más quietos? Y tercera, ¿sin
renegar de la globalización, podemos reducir su hegemonía a través de la
“localización” productiva inteligente y el desarrollo regional? En estos diez
minutos no me dará tiempo a desarrollar con detalle las respuestas pero sí a
hilvanar, al menos, los aspectos más relevantes.
Con respecto a la primera pregunta, mi respuesta es sí. Y diré más: no solo es
factible sino necesario para avanzar hacia una sociedad y una economía
sostenible, más satisfactoria y más equitativa. Para ello necesitamos repensar
nuestros modelos de distribución territorial del poblamiento para que sean más
equilibrados. A grandes rasgos, el nuestro es un país conformado por ciudades
que están dejando de ser funcionales y saludables y por un campo cada vez más
despoblado y/o abandonado. Esta conformación territorial es una de las
secuelas que nos deja la industrialización, iniciada en España al calor del plan de
Estabilización de 1959.
La ciudad no tiene solución en sí misma si no vuelve la vista al campo. No es una
cuestión de buscar soluciones estrictamente tecnológicas, ni alternativas de
reforma urbanística. Las soluciones para avanzar simultáneamente en la
desconcentración urbana, y en la repoblación rural, son culturales, o más
exactamente de cambio cultural; y políticas, o más exactamente de cambio de
políticas porque con las actuales no estamos progresando hacia el cambio de
paradigma. La tecnología, o el urbanismo, son herramientas instrumentales que
necesitan contextualizarse y aplicarse con “toma a tierra” esto es, con
perspectiva territorial y con la visión de la cultura del territorio.
De la misma manera, el campo no tiene solución en sí mismo si no mira para la
ciudad —no para copiar de ella y replicarse, sino para complementarse—, si no
se mira a sí mismo para recuperar la identidad perdida y si no vienen nuevos
pobladores. Ahora, en términos generales, el campo mira para la industria
agroalimentaria intensiva, para la urbanización o para la selva. Por eso necesita
repensarse.

 

Sé que estoy siendo categórico en los planteamientos pero lo hago porque no
puedo entrar ahora en la matización. Y es importante la matización porque el
acierto vive casi siempre en el matiz. Ser categórico ayuda a abrir el debate,
matizar sirve para afinar las soluciones.
Para abordar esta problemática territorial y demográfica deberíamos
plantearnos una reflexión de Estado a favor de la desconcentración urbana y la
repoblación rural. A nuestro favor tenemos algunos elementos tecnológicos que
han jugado un papel extraordinario en el estado de alarma, como el teletrabajo
que hace posible la desconcentración. En nuestra contra tenemos algunos
conceptos y procedimientos —incluso dogmas— acuñados por el pensamiento
urbano-industrial que le vienen fatal al campo y coartan sus opciones de futuro.
En la búsqueda de alternativas deberíamos atrevernos a mirar de forma
diferente. Por ejemplo ¿Qué pasaría si la segunda residencia se convirtiese en la
primera? La idea no es descabellada pues se dan ahora condiciones para vivir y
trabajar desde el entorno rural y utilizar la vivienda en la ciudad como segunda
residencia. La opción de una sociedad alternando su vida en los dos
“ecosistemas” —el urbano y el rural— fue propuesta ya en los años 80 del
pasado siglo por el filósofo Edgar Morin como una aspiración de la sociedad
posindustrial que se plantee “la integración de los dos ecosistemas no como
alternativa, sino como alternancia”. La novedad introducida por la COVID-19
estriba en que la vivienda principal puede ser la rural y la secundaria la urbana.
Y ya de paso, si además de “teletrabajo” hacemos “tierratrabajo”, es decir,
atendemos un huerto o somos co-propietarios en un rebaño comunitario o
concejil —o al menos nos integramos como consumidores en una cooperativa
de agricultura de proximidad— vamos cerrando círculos.
En la formulación de una estrategia estatal a favor de la desconcentración
urbana y la repoblación rural deberíamos preguntar a las empresas y a las
Administraciones públicas qué tareas pueden desarrollar sus empleados de
forma desconcentrada y remota. Y preguntarles a los empleados quiénes
estarían dispuestos a cambiar la gran ciudad por el campo o la pequeña ciudad.
Por otra parte, la idea de una política de Estado para la recolonización rural no
es original, ni inédita. Llevamos siglos practicándola: desde las repoblaciones
medievales, a la expansión colonial americana, pasando por los pueblos de
colonización agraria de la dictadura o más anterior, y más elaborada, la
estrategia de la Ilustración impulsada por Carlos III y Pablo de Olavide para
repoblar Sierra Morena.

 

De igual manera, necesitamos definir las bases para una economía
agroecológica y cosmopolita para los pequeños pueblos. Asunto en el que, por
cierto, estamos trabajando desde el Comisionado para el reto demográfico de
Asturias en colaboración con la Sociedad de Estudios Vascos Eusko Ikaskuntza.
Entenderán ahora mi interés por la advertencia de Mumford y a favor de la
recuperación de la aldea: esa pequeña estructura protourbana que inició hace
muchos años el viaje de la humanidad hacia lo urbano, inventó el campo, dio de
comer al mundo durante milenios, se forjó sobre una indisoluble relación
simbiótica de naturaleza y cultura y fue abandonada, lamentable e
inexcusablemente, a partir de la industrialización.
Por eso en el proyecto de Ley 45/2007 para el desarrollo sostenible del medio
rural pusimos especial empeño en avanzar en la nueva relación campo-ciudad.
En concreto, y sin ánimo de ser exhaustivo, en el artículo 10 que define las tres
tipologías de “zonas rurales” —las zonas rurales a revitalizar, las intermedias y
las periurbanas—; y en el artículo 16 que introduce el concepto de “agricultura
territorial”, que podríamos definir como aquella agricultura local que gestiona
territorio, tanto para producir alimentos como para contribuir a la conservación
de la biodiversidad y favorece la lucha contra los riesgos ambientales locales y
globales.
La normativa tanto agraria como de conservación de la naturaleza, así como la
ciencia, han descuidado en las últimas décadas esta idea de la conservación local
y cultural de la naturaleza —avanzada ya en 1957 desde la Universidad de
Berkeley por Carl Sauer— y han puesto el foco casi exclusivamente en la
producción agraria, o en la conservación de las especies silvestres, olvidándose
de los humildes y valiosísimos procesos agroecológicos y los inteligentes
agroecosistemas campesinos de los aldeanos. Urge incorporar a la política
agraria y conservacionista española los principios de la agroecología, la ecología
cultural y la historia campesina y ecosocial del país para devolverle al campo la
identidad, la cultura, la dignidad y dar paso a un futuro de bienestar.
La segunda pregunta, acerca de si es posible generar economía reduciendo la
movilidad, la he contestado en gran parte al responder a la primera. No se trata,
por supuesto, de renunciar al placer de viajar sino de dejar de moverse de forma
tan desenfrenada como, a veces, estéril. Para los territorios rurales, una
economía más slow (lenta) y más near (próxima) es una opción más eficiente,
redistributiva, y por ello más equitativa y con futuro que la actual.

 

Y por último, con respecto a la tercera pregunta, también la he contestado en
parte en las anteriores. Avanzar hacia la relocalización de algunas actividades en
el medio rural, en un contexto de la tercera generación de políticas de
desarrollo regional, es no solo posible sino deseable.
En este sentido, habrá que articular medidas inéditas de diferente alcance y
plazo y atreverse a reformar algunas políticas para darles un nuevo aire. Por
citar un par de ellas, las agriculturas de proximidad, o de soberanía alimentaria,
están llamadas a jugar un papel destacado en el futuro. Tendremos que hacer
un esfuerzo para recuperar los sistemas agroalimentarios territorializados, tal
como se está haciendo en muchos países del mundo, a través de políticas
locales apoyadas por los gobiernos regionales y centrales. De igual manera, la
educación en el medio rural no puede desvincularse de las complejas realidades
locales. El ideal educativo es aquel que te dota de raíces y alas, de arraigo y
querencia por lo local y de capacidades para moverte por cualquier parte del
mundo. Una educación basada exclusivamente en las nuevas tecnologías y la
perspectiva urbana nos está separando de lo que somos en esencia y por
etimología: seres humanos o lo que es lo mismo seres del humus, de la tierra.
Empecé mi intervención con la advertencia de Mumford sobre el valor de la
aldea. Y la voy a terminar con lo que dejó escrito en “El arte General de
Granjerías” un aldeano reconvertido a fraile, natural de La Riera, en el concejo
asturiano de Colunga, que en 1711 —hace más de 300 años— definió lo que
ahora llamamos «desarrollo sostenible». Decía fray Toribio de Santo Tomás y
Pumarada desde la Sierra del Sueve: “la conservación de una cosa es su continua
producción, y se reputa el conservar por lo mismo que producir, y lo mismo es
estar conservando una cosa que estarla siempre produciendo”.
Conclusión: leyendo a fray Toribio llega uno al convencimiento de que las
reflexiones teóricas actuales sobre la sostenibilidad, la economía circular, la
biotecnología, la formación agraria, el reciclaje, el ciclo del carbono, las energías
renovables o la conservación de la naturaleza, formaban parte de la práctica
cotidiana de la aldea, las conocían empíricamente los campesinos, estaban
engarzadas en un elaborado y complejo sistema de pensamiento sistémico y
local de trasmisión oral y fueron desmontadas por el pensamiento analítico
urbanocéntrico e industrial. De ahí mi interés en compartir con ustedes los
aprendizajes del pasado para explorar tentativamente algunas soluciones para
el futuro y la reconstrucción social, económica, cultural y territorial del país.
Muchas gracias.