ISLAND 121 – LA ISLA (COLUNGA) – 188 HABITANTES
Nando Fonseca aúna pasión y negocio para crear en su taller patines de ‘longboard’ «exclusivos», hechos de forma artesanal y con madera procedente de bosques sostenibles

GLORIA POMARADA

Cuando pasión y emprendimiento convergen nacen negocios como Island 121, un proyecto innovador que hunde sus raíces en la localidad colunguesa de La Isla. Allí lleva viviendo «toda la vida» su artífice, Nando Fonseca, un enamorado del surf que en su búsqueda continua de retos decidió expandirse del mar a tierra firme. «Intenté llevar los movimientos del surf al asfalto para los días que no había olas», cuenta. No lo hizo con los «patinetes convencionales» disponibles en el mercado, sino que aunando su otro hobby, la madera, comenzó a diseñar y fabricar «tablas imitando las de surf». «Fue ensayo error, el primer patín abrió a la mitad, pero di con la técnica», explica. El resultado son una tablas diseñadas para practicar ‘longboard‘, disciplina similar al skate que emplea patines de más longitud. Al alcanzar mayores velocidades, son idóneas para carreras o bajar cuestas.

Lo que empezó como afición hace cinco años, terminó convirtiéndose en proyecto empresarial, pues «a la gente le gustó y poco a poco, dentro de las posibilidades económicas porque la madera es cara, hice una remesa de ellos». En su taller de La Isla sigue desde entonces «fabricando según se va vendiendo», con diseños únicos y a través de un proceso totalmente artesanal. «Es laborioso, no es lo mismo que hacer algo en serie. La madera es de una sierra de bosques sostenibles y aquí hacemos todo: el diseño, la elaboración, el corte…», enumera. Incluso el último eslabón pasa por sus manos y él mismo se encarga de probar los ‘longboard‘. «Es una sensación diferente patinar con algo que hiciste tú. No es ir a una tienda y tener cuarenta iguales, esto es único y exclusivo, cada patín es diferente al otro y la gente que me encarga también puede venir a ver cómo se hace», destaca.

Siempre con la madera como protagonista, Fonseca ha ido ampliando su catálogo, que incluye ya creaciones como palas de playa, elementos decorativos de inspiración marinera, juegos de ajedrez o mobiliario. «Todo lo que se me va ocurriendo, me gusta complicarme la vida». Por ello está ya inmerso en una nueva meta, la de «dar el salto» a la venta por internet.

Los ritmos de su trabajo los marcan las estaciones, con la labor del taller concentrada en el otoño y el invierno, cuando las calles de La Isla se vacían del bullicio del verano. La intimidad de esos meses de temporada baja, entregados a la creación, dejan paso a partir de mayo a su otro negocio, la escuela de ‘paddle surf’ Salaos. Junto a su pareja, Tania Suárez, optó así por diversificar en 2017 y el experimento se ha demostrado incluso a prueba de pandemia. «No la sufrimos mucho porque el trabajo en el taller continuó y la playa en verano estuvo abierta», indica. En todo caso, la vocación de Salaos, con y sin covid de por medio, es la de ser una escuela de grupos reducidos y volcada en el medioambiente. «Hacemos actividades de ir a limpiar ríos porque con las tablas llegas a sitios que caminando no puedes», ejemplifica. La experiencia personalizada en el mar gana también adeptos entre los clientes, quienes «ven la costa desde otra perspectiva».

La suya, afirma con rotundidad, es la de seguir en La Isla, sin ánimo de perseguir macro negocios sin alma obsesionados con hacer caja. Porque tanto Nando Fonseca como Tania Suárez saben que trabajan para vivir y para hacerlo además donde y como quieren. «Tengo clarísimo que no me quiero marchar. No todo es lo económico, es la calidad de vida que consigues», sentencia.