GERMÁN MONTOYA Y MARIO K. GIGERL. LA FLOR DEL AGUA – CAMALES (OVIEDO) – 56 HABITANTES
Flores gourmet. Almeriense y austriaco, llegaron a Asturias atraídos por su naturaleza. Aquí han levantado una granja ecológica en la que cultivan como producto estrella rosas comestibles

PABLO ANTÓN MARÍN ESTRADA

Una rosaleda con más de 5.000 plantas destinadas al uso comestible es el proyecto que comenzará a hacerse realidad en unos días, cuando los primeros ejemplares se abran camino a raíz desnuda en las antiguas tierras de labor de Camales –una pequeña aldea en el límite de Oviedo con Grao–, hoy abandonadas. En unos meses, hacia mayo o junio, las flores, de diferentes variedades, habrán enriquecido el paisaje verde de prados con su gama multicolor. Es algo similar al milagro que a pequeña escala lleva produciéndose desde hace dos veranos, cuando el almeriense Germán Montoya y el austriaco Mario K. Gigerl iniciaron los cultivos de prueba del producto estrella en la granja ecológica que ambos crearon aquí, en un lugar al que llegaron atraídos por la naturaleza asturiana y donde han encontrado, como en la tradición que da nombre a su empresa, su propia flor del agua.

La mágica flor de la leyenda es para estos emprendedores un producto real: la rosa, con la que elaboran salsas, mermeladas, siropes, bombones e incluso ketchup en variedades genéticamente seleccionadas y testadas en el valor de sus componentes, además de elegidas por su idoneidad al clima autóctono. «En sus múltiples variedades ninguna es tóxica. El 90 por ciento tienen un sabor áspero si las comes en crudo, pero otras, además de oler a rosas, saben a ellas con un regusto dulce. Son las que utilizamos y que han sido estudiadas por sus propiedades», explican. Acerca de ello apuntan un dato lapidario: «Una sola flor equivale en vitaminas y antioxidantes a una bandeja de arándanos».

Con su bagaje profesional en cultivos, jardinería y paisajismo, Montoya y Gigerl, junto a los productos tradicionales, en su granja de Camales han plantado otros nada típicos como la bergamota, la lima de Marrakech, la naranja sanguina o una especie de banana que se da bien en países como Austria. El propio entorno es pródigo en tesoros silvestres como las ortigas: «Disponibles todo el año, tienen más proteínas que las legumbres. Con los brotes y semillas de calabazas estirianas que cultivamos, hacemos un pesto que está buenísimo», detallan. Cerdos, gallinas y ovejas completan los recursos de la casería para el autoconsumo, además de aportar con sus residuos orgánicos o, en el caso de los rumiantes, con el pasto sobrante, el ciclo ecológico. La finca es también espacio para la enseñanza de la vida en el campo a quienes quieran iniciarse o experimentar si son aptos en ella. Con un programa de voluntariado a través de plataformas como Wwoof, promueven estancias de jóvenes de toda Europa que, a cambio de la formación, contribuyen en su medida a echar una mano en las tareas diarias.

La pareja de emprendedores subraya la paradoja de su ubicación en un concejo como Oviedo que les facilita la cercanía a la capital, pero les ha privado de optar a ayudas al cultivo como las Leader: «A 500 metros estaríamos en Grao y las tendríamos para mover la tierra, cierre de finca, coste de planta, etcétera». La comercialización de sus productos con la marca ‘Taste of Love’ de Pheno Geno Roses –incluye planta con recetario– y su ilusión en abrir su propia planta elaboradora les impulsan a seguir, mostrando, además, «que en el mundo rural son posibles proyectos innovadores que asienten población, dando vida a las aldeas».