FLORENTINO IGLESIAS. CERAMISTA – LABORNA ARTESANÍA – BALBONA (SIERO) – 105 HABITANTES
Alfar. Sierense de El Berrón, abandonó su empleo en una fábrica para dedicarse a la cerámica artesanal, el oficio del que vive desde que abrió su primer horno. En su taller rural, produce con su mujer piezas de autor

PABLO ANTÓN MARÍN ESTRADA

Florentino Iglesias lleva más de tres décadas dando forma a sus piezas de barro, un oficio en el que se inició «por cambiar la vida un poco jipi que llevaba de joven y un trabajo que no me gustaba en una fábrica de productos cárnicos», revela. Instalado inicialmente en una finca de Molleo (Siero), trasladó su taller a Balbona, en el mismo concejo, el lugar donde residía con su mujer, Elvira López. Allí ambos, en una nave vecina a su casa, producen desde entonces sus propias creaciones de autor y también del Rayu, una cerámica tradicional extinguida en la guerra civil que ellos han recuperado para darle nueva vida.

«Empecé porque estaba un poco harto de todo. En Noreña abrieron un taller de cerámica, apuntéme a les clases, vi que no se me daba mal y me enganchó», evoca ahora acerca de sus inicios como artesano. Con la perspectiva que da el tiempo, reconoce que la decisión de abandonar un empleo estable por el de alfarero fue «valiente. Y era joven. Hoy tal vez me lo hubiese pensado, pero salió bien, dejé la fábrica, me casé, tuve una fía. Todo al mismo tiempo. Cuando empiezas, es duro hasta que vas cogiendo ritmo y vas viendo por dónde van los tiros. Comenzamos por ferias y mercados, luego estuvimos casi quince años sin salir del taller, hacíamos mucho detalle para bodas o souvenirs que nos distribuía por todo el norte un comercial, hasta que llegaron los chinos, la crisis, y ya nos dedicamos exclusivamente a las piezas de autor y a la cerámica del Rayu», relata.

En su taller de Balbona, tras la vorágine habitual de las navidades, el horno se toma un respiro: «Enero es el único mes que descansamos para ponernos con las cosas de casa. El resto del año trabajamos prácticamente los siete días de la semana. Echar horas es la única forma de ofrecer precios razonables», explica. Sobre el torno reposan sus primeras piezas del Rayu. «Me animaron desde el grupo folklórico El Ventolín y Gorín, un coleccionista de La Pola, me mostró todo lo que tenía. Nosotros hacemos reproducciones de los originales y fuimos actualizándolas con formas nuevas para su uso actual, aunque conservamos los dibujos y la técnica de esmaltado con óxido de cobalto», detalla.

En el alfar Florentino y Elvira se reparten las tareas. Él modela y ella decora. Tienen una hija médica que vive en Barcelona y que no seguirá el oficio. El ceramista asegura que «de la artesanía se puede vivir, el problema es que no hay relevo, a los chavales les cuesta invertir en un taller, un horno, maquinaria… e ir a ferias también representa gastos. La solución serían los aprendices, como en Suiza, donde los chavales van a un taller y el Estado les paga por formarse en un oficio. Sería la manera de no perder la cerámica artesanal, se crearían puestos de trabajo y podría servir para repoblar el campo de gente joven». Este medio es el que considera idóneo para su actividad: «En un pueblo tienes tranquilidad, no molestas a los vecinos, hay menos gastos que en la ciudad y puedes ir al taller desde casa en pijama, como hago muchas veces, y en el horario que quieras. Es el lugar ideal para asentarse un artesano. Yo empecé en el campo y aquí pienso jubilarme».