FERNANDO MÉNDEZ GERMAIN. CADAVEDO (VALDÉS) – 438 HABITANTES
Fernando Méndez Germain lleva veinte años teletrabajando. Desde su casa, en Cadavedo, dirige una distribuidora y se dedica a la escritura. Acaba de publicar su novela ‘El jardín de las delicias’
MARÍA JARDÓN
En su Madrid natal le llamaban «el asturiano», lo que daba muestra de su arraigo por Cadavedo, el pueblo de su abuelo y donde pasaba los veranos de su infancia. Al final fue el amor, porque su esposa es de esa parroquia del concejo de Valdés, lo que le «abrió las puertas del paraíso, fue una oportunidad de venir a vivir aquí, al pueblo de mi niñez», señala Fernando Méndez.
El salto de la capital al mundo rural no lo hizo de manos vacías, trabajaba para una distribuidora de libros y continuó ejerciendo sus funciones desde el pueblo. «Llevo 20 años teletrabajando, casi inventé el teletrabajo», sonríe, y eso que por aquel entonces «la cobertura de internet era mucho más precaria que ahora, aunque afortunadamente a Cadavedo sí llegaba». Actualmente, «con el teléfono, el ordenador y viajando de vez en cuando», dirige la distribuidora desde su casa y, a mayores, se dedica a la escritura. Una afición que tiene desde pequeño, pero hasta hace cinco años no se animó a mostrar al mundo su obra. «Se me ocurrió mandar un relato al ‘Premio de relato corto Fernández Lema’ de Luarca, y gané», explica. El galardón le animó a presentarse a otros concursos y le hizo pensar que «hay gente a la que le gusta lo que escribo». Por ello, y tras ganar unos treinta certámenes, «me animé a dar el salto a la novela, hay que probar cosas nuevas, no puede uno encasillarse».
Recientemente acaba de publicar ‘El Jardín de las delicias’, una novela negra en clave de humor que transcurre en lugares que conoce bien, concretamente entre Madrid y el concejo de Valdés. Narra la historia de un individuo que pierde a su compañero de piso y en su búsqueda vive diferentes situaciones pintorescas y divertidas y llega a Asturias, ya que es vaqueiro. Apunta que «por debajo de la novela hay una crítica a varios aspectos de la sociedad actual», y destaca que uno de ellos es precisamente, la diferencia de la vida en el campo y en la ciudad. «Parece que el que vive en la ciudad mira por encima del hombro a los que viven en el mundo rural, y yo creo que la sabiduría del campo no la tiene la gente que vive en un entorno urbano», reflexiona.
Para él, vivir en el mundo rural es «maravilloso», resume. «Vives conectado a la tierra, en la ciudad estás abrumado por el ruido y el asfalto. Aquí tienes sosiego, calma, silencio y soledad. Es una vida más saludable no necesitas apuntarte al gimnasio» ríe, «conque tengas una huerta ya está». En cuanto a la escritura, «vivir en el campo lo encuentro muy inspirador, luego las ideas vienen o no».
Los principales problemas que ve en su zona son el precio de la vivienda, pues «cada vez es más inaccesible», al ser un lugar turístico «se está haciendo imposible para los de aquí quedarse aquí», afirma. Y por otro lado, «el transporte público es muy limitado y nos pasamos el día de taxistas», lamenta, haciendo referencia principalmente a los jóvenes que todavía no conducen y dependen del transporte público y a los mayores.
Reconoce que hay una cierta tendencia a volver: «el teletrabajo es una puerta abierta para algunos y otros directamente vienen a vivir aquí a trabajar de lo que puedan». Sin embargo, no tiene claro hasta qué punto el saldo será positivo, «sigo viendo mucha gente que se va, los hijos se marchan a estudiar fuera y no vuelve casi ninguno. En Cadavedo viven muy pocos de entre 18 y 30 años».
Concluye destacando la importancia de apostar por la vida rural: «Me siento muy pegado a la tierra, es una manera de vivir en contacto con la naturaleza y las personas. Es una posibilidad, muy buena y necesaria, si abandonamos el campo y lo dedicamos a un parque temático para venir de fin de semana o en vacaciones, no veo ningún futuro al medio rural».