El problema de la despoblación en el campo asturiano y español lo agudizan los déficits de coordinación y cooperación en la configuración general del Estado
FERMÍN RODRÍGUEZ GUTIÉRREZ
Catedrático de Geografía y Ordenación del Territorio Universidad de Oviedo
Las protestas que estamos viendo en el campo parecen ser la consecuencia de una toma de conciencia de sus corporaciones representativas, que han comprendido que crisis demográfica y productiva se enlazan en un círculo vicioso, que conduce a la desvitalización y a la descapitalización de amplios territorios españoles.
Hay quienes dicen que si el mundo va a tener 9.000 millones de seres, qué importa que un país pierda unos cientos de miles. Eso suena parecido a oír: ‘¿Para qué queréis infraestructuras. No son naturales… Ponédmelas a mí’. Sin embargo, la demografía sigue siendo el arma secreta de las naciones, pues menguar no solo es disminuir de tamaño, sino de capacidad. Por otra parte, como la población del mundo esta irregularmente repartida, aceptar que la tendencia prosiga agranda las diferencias entre regiones. Hay razones para corregirla. Unas afectan a las megalópolis, pues engordan tanto que ultraconcentran la alta tecnología, pero, también, la pobreza, la violencia, las desigualdades, la contaminación y la carestía; se convierten así en vulnerables. Otras implican a las aldeas, villas y medianas ciudades, que se hacen anoréxicas. La cuestión se convierte en un problema de gobernanza
global, que derrotará a unos territorios y a otros les fortalecerá, depende de con qué proyectos y suerte combatan.
Lo que está claro es que el tiempo actual cuestiona la estabilidad del proceso de desarrollo de manera muy rápida. Podemos ver los continentes estructurados en grandes ejes que pasan por encima de los Estados (para el caso de Europa: el mediterráneo, el danubiano, el atlántico) o conforman bloques geográficos (Benelux, el de la vieja civilización ibérica de Pessoa, ahora Hispalus) que experimentan fenómenos generales. Uno es la emigración, vía con varios sentidos para quienes la reciben, pero de uno solo para quienes la emiten, que así se ven esquilmados de su más preciado recurso endógeno. Y la tendencia irá a mayores. Como veremos en el caso del Sahel y la crisis climática, cuyos destinos se unirán pronto, para expulsar a muchos más, y no precisamente hacia las selvas del sur.
La desvitalización rural ya penetra en Asturias el territorio metropolitano
En los países del Norte es captar la alta tecnología desde lugares exteriores al foco, pues tales actividades pueden desarrollarse en cualquier lugar, a condición de que garanticen los niveles básicos de su exigencia logística. Con esa garantía el territorio obtiene empresas; a cambio, debe dar buenos servicios. Y construir un relato propio, para ser reconocido globalmente como positivo. Así asegura a su población bienestar. Y esta se lo devuelve, ampliando la razón cooperativa y generando confianza. Perfecto; sobre el papel. Y casi sobre el terreno, pues es evidente que aquí, en Europa, hay oportunidades… Y una gran interdependencia entre los territorios.
Coordinar la respuesta
Para andar el estrecho camino del desarrollo, la ruta no la aporta el espontaneísmo voluntarista, ni el egoísmo del náufrago; sino el talento, el pensamiento y la actuación estratégica y, en ella, la ordenación del territorio. Esta necesita un marco simbólico y funcional suficiente. Si es exclusivamente el autonómico y si en él no se practica el principio de cooperación y, además, el Gobierno central no se reserva ciertas competencias en la materia, ocurre lo que ocurrió, por ejemplo, con los parques nacionales, que pasan a ser nacionales, sí, pero de autonomía con pretensiones, o basculan hacia la congestión más que a la cogestión.
Hablar de la necesidad de una escala de cooperación nacional reforzada no es un desatino, ni un ataque al Estado de las Autonomías, que más lo es desde la bilateralidad. Es lógico tener estructuras nacionales básicas, visiones amplias y respuestas comunes a problemas comunes. Y es razonable que cuando los problemas sean propios de uno, haya una reserva de afecto suficiente en los demás para querer ser solidarios. El resultado esperado será evitar la fragmentación y favorecer la cohesión peninsular, lo que incluye a Portugal, con cuya región norte compartimos muchas cosas, para empezar la cercanía, y ciertos fenómenos, que no se acaban en la escala autonómica; como, por ejemplo, el de la despoblación, que no solo es del campo, sino de las ciudades medias, ya sean capitales de provincia, como León, o mineras, como Mieres. Todas ellas han contraído un virus, el de la contracción, que actúa a través de
la desvitalización social (mengua demográfica, envejecimiento…) y la descapitalización física (parque de viviendas obsoleto, renta desequilibrada a favor de la redistributiva, atonía productiva). Y que se extiende por Europa con pautas geográficas regulares. En la península así se distribuyen los espacios motores y los de integración. Ambos se alinean en tres pares de bandas oblicuas y paralelas (Noroeste-Sudoeste). Unas son de baja accesibilidad, entre las que se intercalan los primeros, de alta accesibilidad. De baja son los ejes Jaca-Tortosa, Ribadedeva-Cabo de Palos, y Gran Cantábrica-Sierra Morena. Dos arrancan en el nodo cantábrico, donde se unen Galicia, el norte de Portugal, Asturias y Castilla y León. En este sector peninsular está el lugar más remoto y encantado, el Valledor asturiano, donde reside Finisterre, el hijo de Breogán, que lo eligió por ser el enclave rural que mejor representa a todos los que sufren la desolación entre montañas.
Durante la década de 1970 el despoblamiento no era la característica más relevante de Asturias. En los ochenta todo cambió. La contención se perdió, la dinámica se aceleró y la tensión contenida en el muelle territorial proyectó a un futuro de disolución aquellos rasgos que contumazmente habían mantenido el sistema agrario tradicional, que llegaba así al final de su ciclo. Podríamos representar lo sucedido como un tsunami que desmanteló las estructuras en las que se organizaba la vida rural. Cuando la inmensa onda se retira, quedan explotaciones más o menos aisladas, a las cuales se da asistencia mediante periódicos reabastecimientos que, en forma de subvenciones, significativamente europeas, vienen a completar su cuenta de resultados. No hay un plan general para reconstruir el territorio nacional. Las competencias estructurales en esta materia se regionalizan de acuerdo con una cierta interpretación de principios constitucionales, pero el virus no es del mismo parecer, y se extiende ignorando las trazas fronterizas regionales.
Reestructuración inteligente
El problema lo agudizan los déficits de coordinación y cooperación en la configuración general del Estado, que no supo anticipar la respuesta a un problema de semejante magnitud, que hubiera requerido una acción sostenida durante años. Se produjo una reconversión. Pero no se preparó la reestructuración del territorio, como proceso inteligente y de carácter estratégico para conducir y controlar su recomposición en las nuevas condiciones del tiempo líquido actual. Ni era un problema de cuidados paliativos, mediante subvenciones; ni una exigencia europea que obligaba a trabajar para cobrar; ni exclusivo de las administraciones agrarias; sino un incierto juego contra una poderosa tendencia, que requiere visión común y la complicidad concertada de todos los niveles y ramos administrativos y de múltiples actores políticos y sociales. Revertir la tendencia no será imposible, pero es seguro que será difícil. Sin más ánimo que el de compartir algunas reflexiones. Con humildad y la mejor voluntad, exploraremos en sucesivas entregas algunos caminos para ver cómo salimos de esta. Suponiendo que Asturias tiene que jugar, en términos territoriales, con la metropolitanización, la litoralización y la desvitalización interior, que ya penetra en el territorio metropolitano; que sigue siendo una mezcla de distrito industrial y entidad urbana de significativo tamaño, en una región a la que, además, dan identidad sus villas y aldeas; pero que debe mirar hacia afuera, comenzando por los inmediatos vecinos, los que ocupan el noroeste y toda la península