El monasterio de Corias, hoy un parador, pero aún con una comunidad de dos monjes, junto al Narcea / Foto: O. Villa

El centro del Suroccidente. Cangas es el más extenso concejo de Asturias, tierra de monjes, vinos y ganaderos. De minas, bosques y ríos que determinan geografía y carácter

OCTAVIO VILLA

Decíamos la semana pasada que Tineo es un mundo. Cangas del Narcea es casi infinita. En sus algo más de 823 kilómetros cuadrados caben tres centenares largos de pueblos y mil formas de entender la vida. Y una sóla, la de una socarronería muy amante del terruño, de ser. El cangués es como el padre Narcea, que se funde poco a poco con su tierra y la conforma, tallándola y puliéndola con un esfuerzo tenaz y persistente.

El río y sus afluentes, en esta tierra vertical, marcan la vida. El gran monasterio de Corias, hoy un magnífico parador de turismo, es la muestra más majestuosa de lo que llegó a ser Cangas como centro de la comarca suroccidental, pero los palacios y palacetes de la Villa son testigos adicionales y aún más que interesantes de aquellos siglos.

Entró Cangas en el XX, con 22.742 vecinos, aún como el cuarto municipio más poblado de Asturias (casi doblando a Avilés en aquel momento y sólo por detrás de Oviedo, que tenía 48.103 almas; Gijón, con 47.544, y Valdés, con 25.682). Hoy, en cambio, es el paradigma del despoblamiento, con casi exactamente la mitad de habitantes que hace 125 años (11.439), pero con señales de que algo se mueve a favor.

El polígono industrial de Obanca, por ejemplo, necesita crecer. Las bodegas, aún con una producción limitada, han apostado por un vino con personalidad definida y apuntado hacia una clientela ‘connoisseur’. El parador se ha convertido en la locomotora turística y hasta cultural de la comarca y el turismo rural explora nuevos caminos, olvidando una minería cuyo cierre sigue siendo un pesado lastre en la comarca, por más que las pensiones que aún genera sigan complementando a la ganadería. Cuidado con la transición a la siguiente generación, la desaparición de esas rentas puede ser todo un impacto.

Cangas sigue siendo también la tierra que los romanos horadaron en busca de metales. El hogar de los ferreiros, sus fraguas y sus mazos. Del queso tradicional más occidental de Asturias y a la vez más ajeno, el Genestoso, cuya cincha de esparto remite a su orígen medio transhumante, medio extremeño y que ya sólo Paloma elabora cuando tiene leche de la calidad que ella quiere.

Es Cangas la tierra de la rosa Narcea, que la investigadora del CSIC Carmen Martínez quiere convertir en la gran apuesta de su valle, el del río Cibea. Es la tierra de los osos y los cortinos que en lugares como Moal siguen defendiendo a las abejas y su miel de ellos. Del fabón de Moal, a las puertas mismas del bosque de Muniellos, cuyos robles viajaron hasta la pérfida Albión como el esqueleto y el cuerpo de buena parte de los buques de la Grande y Felicísima Armada, en 1588. Es Cangas, en fin, la tierra de la fuerza imponente de sus montañas y de la sensibilidad y la mirada inquisitiva de Alejandro Casona, que tomó su apellido de una Casona, en Besuyo, que pide, como todo el concejo, un intenso renacer.