ECOMUSEO LA PONTE. VILLANUEVA (SANTO ADRIANO) – 138 HABITANTES
Jesús Fernández dirige el Ecomuseo de La Ponte, en Santo Adriano. El pequeño municipio del Valle del Oso resume en 25 kilómetros cuadrados la historia de nuestra humanidad, su política, su economía, su arte. Y él es una gran guía en ese viaje
OCTAVIO VILLA
La iglesia prerrománica de Santo Adriano de Tuñón fue mandada construir en 891 por Alfonso III (el mismo que mandó forjar la Cruz de la Victoria en 908) para dotar de iglesia real al valle del Trubia… y para dominar la zona a través del monasterio, a cuyo frente el Rey asturiano situó a quien le convino. A la sombra del monasterio, las aldeas de la zona fueron estructurándose y saliendo de las edades oscuras de entre la caída del imperio romano y la baja edad media. En lo que hoy es Santo Adriano florecieron durante milenios comunidades humanas que dejaron sus huellas en los grabados de los abrigos de la Cueva del Conde o de Santo Adriano, considerados entre los más antiguos de Europa. En esos mismos pagos hubo minería prehistórica, se dieron las primeras técnicas agrarias y ganaderas y también, en el siglo XIX, la minería volvió a dar pie a un cambio de estructura socioeconómica, con campesinos que compaginaban las tareas de la mina y el campo, por falta de garantías en una y de suficiente rentabilidad en el otro.
Todo esto y mucho más se puede ver en los apenas 25 kilómetros cuadrados del concejo de Santo Adriano, inicio, además, de la Senda del Oso. Pero el visitante voluntarioso, por ejemplo, no verá que la iglesia de Tuñón son en realidad dos templos adosados, ni que la primera rehabilitación, de 1108, fue obra del obispo Pelayo, otro genio de los manejos políticos. Ni intuirá los grabados de los abrigos prehistóricos, ni sabrá llegar y ver en condiciones de seguridad las minas de Castañéu del Monte. Esa labor la protagoniza en Santo Adriano el Ecomuseo de La Ponte, el fruto de la iniciativa de un grupo de «jóvenes de la zona bien formados y muy conscientes del valor del patrimonio», como relata su director, Jesús Fernández, un arqueólogo y doctor en historia que vincula su labor y su día a día a la historia del territorio en el que nació. La Ponte la componen con él Cristina López, agente de desarrollo local; Laura Bécares, historiadora; Pablo Alonso, arqueólogo y experto en gestión del patrimonio; Pablo López, guía y supervisor arqueológico; Vanesa Muñiz, historiadora del arte, y las investigadoras Margarita Fernández y Eva Martínez. Visitar el concejo con cualquiera de ellos es no solo viajar al pasado, sino también tener la opción de entenderlo.
Jesús, con todo, no es especialmente optimista con respecto al futuro de la zona rural: «Todos estos recursos del patrimonio podrían ayudar a crear empleo y a fijar población, pero hay una diversidad de titularidades (la Iglesia, en el caso del templo de Tuñón; el Gobierno regional, en el de los abrigos prehistóricos…) que hacen complejo poder poner en marcha actividades de divulgación. Tenemos estructuras de gobernanza que no están avezadas a la participación activa de la población en la gestión del patrimonio».
La disyuntiva es evidente. El patrimonio histórico y cultural, especialmente en una región en la que la zona rural está en franco riesgo demográfico, es difícil de conservar. Y su atractivo, si no se conserva, desaparece entre las cenizas del tiempo. Jesús Fernández lo verbaliza:«El patrimonio debe tener sostenibilidad económica, para lo que es necesario compatibilizarlo con un turismo respetuoso. Lo que nos falta en muchos casos para ello no es ni siquiera tener subvenciones, sino simplemente que se faciliten las iniciativas bien fundamentadas. No se trata de que nos subvencionen, sino de que nos dejen crecer, porque conservar el patrimonio no es un gasto, sino que es invertir en el futuro de la zona rural, con una perspectiva holística del territorio, con una sostenibilidad en su conjunto». Se trata de diversificar, de que los locales conozcan el por qué y el cómo de sus pueblos, de su historia y de sus costumbres, que tomen conciencia de la riqueza que ello supone, y que lo sepan transmitir con orgullo a los propios y a los visitantes.