DULCES & CAPRICHOS – VILLA DE COLUNGA (COLUNGA) – 1.167 HABITANTES
Gemma Somoano puso en marcha este kiosko cafetería en 2022. Pasar de trabajar en la ciudad como higienista en una clínica dental a este negocio en Colunga fue «todo un acierto»
MARÍA JARDÓN
La necesidad de un «cambio de aires» fue lo que llevó a Gemma Somoano a dejar su trabajo fijo como higienista en una clínica dental urbana y emprender su propio proyecto. «Cuando era joven había tenido el típico quiosco de helados en una playa», relata, un recuerdo que le llevó a Colunga: «Aquí había una heladería, le pregunté al chico y me dijo que tenía pensado cerrar, así que pensé: mi cambio ya está, vamos a probar». Al contarlo sonríe y por la ilusión que transmite es obvio que acertó con la decisión. «Fue todo un acierto», confirma.
Lo que más le costó en un primer momento fue precisamente eso, tomar la decisión, después «todo fue bastante bien, no me puedo quejar. Aunque mi negocio era distinto a lo que había, el chico que tenía la heladería me facilitó mucho las cosas y en el Ayuntamiento también, me lo resolvieron todo en ocho o diez días». Así, en diciembre de 2022 abrió las puertas de ‘Dulces & Caprichos’, un quiosco en el que más allá de comprar chucherías, los vecinos pueden disfrutar de un rato de relax y buena charla en la terraza frente a un café o un granizado, comer un helado o un gofre, comprar la barra de pan del día, y en el que además, ella misma crea productos muy demandados, como mesas dulces o tartas de gominolas.
Principalmente los clientes que tiene son del pueblo, si bien «en verano está la campaña de los helados y están los visitantes», afirma, y es que, aunque se nota el verano o días claves como cuando hay mercado, «no es un negocio que realmente lo mantenga el verano». Por el momento, puede estar ella sola al frente del local, aunque en ocasiones cuenta con la ayuda de su hermana, que le echa una mano.
Somoano está agradecida a la buena acogida que tuvo desde el primer momento por parte de los vecinos. «La pena es que somos pocos», lamenta y añade que «la población está muy envejecida, eso dificulta que un negocio como este funcione bien». Aún así destaca que «no me puedo quejar de nada porque la acogida fue fenomenal en todas las edades, desde el primer día la gente se acercaba y comentaba: yo no soy de chuches, pero voy a verlo porque igual hay algo que me venga bien». Un hecho que ella atribuye a que «los que estamos en los pueblos tenemos ganas de que las cosas funcionen, y entonces la gente apoya».
El suyo es un quiosco que contribuye a que «el que vive aquí esté contento». Porque «el hecho de que haya negocios, hace que los que estamos vivamos más a gusto y podamos decir: ¿qué te ofrece a ti la ciudad que yo no tenga en Colunga?», reflexiona. Al final, desde su punto de vista emprender en el entorno rural «ayuda a que el pueblo no muera». Además, le parece importante que desaparezca el prejuicio, no exento de un cierto desprecio latente, de que «la gente que vive en los pueblos es porque no pudo ir a la ciudad, porque no llegó más allá. Y no, la gente que vivimos en los pueblos queremos estar en los pueblos, podemos marcharnos perfectamente como hizo otra gente, si quisiéramos. Pero no».
Por otro lado, considera que el principal problema para que más gente se anime a vivir en la capital colunguesa es la vivienda, «no hay vivienda ni para comprar ni para alquilar, hay gente que se está yendo sin querer porque necesita un techo y no lo hay», lamenta. Entre los motivos de que esto ocurra están el elevado precio de los pisos y el uso de las casas para alquiler vacacional: «Sé de dos familias que se tuvieron que marchar de Colunga, sin querer irse, porque llegaba el verano», explica, pues «hay muy poca y muy cara».