Lleno total. El concejo, repleto de turistas que disfrutan del avistamiento de plantígrados café en mano desde una terraza. El aumento de visitantes permitirá salvar la campaña

BELEN G. HIDALGO

En las playas se pelean por colocar la sombrilla, pero en Somiedo la batalla se libra en la montaña para orientar el telescopio y avistar un oso, el gran reclamo turístico de un verano marcado por el coronavirus y el auge del turismo de naturaleza. Las cifras hablan de un verano sin precedentes en el que las visitas de julio se lograron equiparar con las del mejor agosto. Así, en el centro de recepción de visitantes del parque natural hubo 2.000 consultas más en julio que el año pasado. «El oso es un atractivo muy importante porque aquí es relativamente fácil verlo, incluso desde Pola de Somiedo», explicó la informadora del centro de recepción, Geli García.

«Es una zona segura y se nota la influencia de la COVID-19», confirmó Sofía González, al frente de la empresa de observación Somiedo Experiences. «Perdimos abril y mayo y dudábamos de junio, pues no suele haber turismo asturiano. Pero nos sorprendieron y fue muy bien. Julio fue como un buen agosto», confirmó González. Así, frente al turista más especializado que llega en primavera y en otoño, este verano predomina el público generalista, «incluso de gente que no se lo había planteado y decide probar».


En Somiedo se oponen al crecimiento masivo y defienden la conservación del espacio protegido y la especie y piden responsabilidad al turista. «Notamos que la carga de turismo del concejo está al límite», señala González, en alusión al tráfico y la saturación de algunas zonas en agosto. Pasadas las 7.30 horas ya estaban situados en la parte alta del pueblo de La Peral, prismáticos en mano, para localizar al plantígrado junto a los turistas, que disfrutan de un original desayuno con vistas a osos. «Creen que es más complicado por estar en libertad, pero se ve desde el bar», confesó González, que tardó poco más de una hora en dar con un ejemplar. La paciencia es la clave. «Se está haciendo de rogar, pero esperamos tener suerte», afirmó Merche Fraile, que llegó desde Navacerrada junto a su familia. El primer oso fue un poco remolón y se escondió rápido, pero hubo una segunda oportunidad. «Mereció la pena esperar», afirmó Fraile.
Más pacientes se mostraron Álex Moreno y Erika Pena, que querían comprobar cómo convive el hombre y el oso. En el valle de Arán, en Lleida, «no está bien visto. Aquí hay un equilibrio y se explota un turismo sostenible», destacó Pena. Ambos estallaron de emoción cuando lograron ver, de forma más nítida, una osa con crías que les sorprendió en pleno desayuno en la terraza del bar El Dibán, cuando la familia de osos buscaban avellanas y escuernacabras para almorzar al otro lado de la montaña «¡Qué ilusión! ¡Es muy bonito!», repetían.

Un café con vistas que no olvidarán Enrique Peinado y Ricardo Montoya, procedentes de Madrid. «Me sorprendió la madre con su cría. Ves la maternidad», acertó a decir Peinado. Aunque se habían resignado a no verlo, confesó que «solo el paisaje hubiese merecido la pena. Me gusta esta comunión entre el hombre y el oso», concluyó Montoya.