Foto: Uno de los secaderos de tabaco que funcionaba en Láneo, con una plantación de kiwi y fabes a la derecha. / O. Villa

Tierra de vegas. La riqueza que las vegas de aluvión suponen en las riberas del Narcea y el Nonaya han hecho de Salas un cruce de caminos, campo de batallas y de monasterios

OCTAVIO VILLA

Recorrer Salas es ver oportunidades de desarrollo en todo su territorio. Como lo han hecho desde siempre todos los pueblos. Tierra en la que los castros proliferaron antes de la llegada de Roma, las varias vegas fluviales, en especial la del Narcea y la del Nonaya, fueron aprovechadas desde antiguo para producción agraria y ganadera, lo que dio soporte a villas y santuarios. A estructuras de dominación que derivarían en señoríos, en cotos y en dominios de monasterios como el de Cornellana, muy probablemente nacido hace más de mil años como continuación lógica de una antigua villa romana, al pie del puente más impresionante, con sus trece arcos, que Roma dejó en territorio astur.

Hoy, significativamente, apenas queda de él el inicio oriental de su traza, en medio de una plantación de kiwis, ese fruto llegado desde la ignota Oceanía que marca buena parte del futuro de la comarca.

Los secaderos de tabaco de Láneo son testigos del momento en que ese cultivo fue rentable y competitivo en Salas

Porque el curso bajo y medio del Narcea se ha ido adaptando a lo largo de los siglos a las diversas oportunidades que la historia y el clima, ambos cambiantes, le han ido dictando, siempre sobre la base de esas vegas que disfrutan de terrenos de hasta diez metros de profundidad de tierra fértil, ubérrima.

Buen ejemplo de que las circunstancias varían con la historia es lo ocurrido en la zona de Láneo. A la vera de un coto de pesca de los más conocidos de Asturias, y ocultos por la densa línea de árboles de ribera de la vista de quienes transitan por la AS-15, pese a estar a apenas un centenar de metros, dos secaderos de tabaco, que Pepe Valle mantiene y visita cada día recordando los tiempos en que, apenas hace unas décadas, estaban en plena actividad, atestiguan que esa vega fue una gran plantación de tabaco.

Y que era una de las mayores proveedoras de la fábrica de tabacos de Gijón, ahora también barrida por los vientos de la historia y de la economía. La instalación gijonesa tiene, tras muchas tribulaciones, un futuro brillante por delante con nuevas funciones y usos, de la misma forma que el monasterio de Cornellana aguarda que se concreten los suyos. Los secaderos de tabaco de Láneo, estructuras eminentemente prácticas, pero que son memoria de la inventiva de nuestros antepasados, languidecen apenas visitados y resucitados en la memoria de Pepe Valle y sus ocho décadas de vida y trabajo.