Foto: La alcaldesa, en la cueva de la cascada del Pímpano. / O. Villa
Felipe II e Isabel I. El Rey vendió a los vecinos el concejo que se disputaban obispos y frailes. La Reina dio pie, con la Revolución Gloriosa que la destronó, a que Villayón se independizase de Navia
OCTAVIO VILLA
Las cascadas de Oneta y del Pímpano imponen un rumor sordo y potente al silencio mágico de los montes de Villayón. Un placer ante los calores del verano (en Oneta incluso hay un par de buenas pozas para quienes se atrevan con el agua fresca) y una gloria visual durante todo el año. La conformación geológica de las rocas que generan el salto del Pímpano (que es accesible para casi todas las edades, con un cortísimo recorrido desde la carretera, donde un vetusto y bien cuidado molino hidráulico es, de por sí, un cartel turístico para asturias a la altura de la torre de Banduxo) hace que la cascada salte por delante de una pequeña cueva en la que se puede entrar y sentir, por un momento que sigues siendo un cromagnón.
En Oneta, a falta de una, son tres las cascadas (dos de ellas también fácilmente accesibles). El paseo es más largo, pero también placentero, por más que Estefanía recuerde que «los antiguos de Oneta se quedaban perplejos cuando venía gente a ver la cascada, decían que estaban locos. Sé de algún vecino que nunca bajó a ver las cascadas. Los jóvenes, sin embargo, han entendido bien que la cascada trae negocio». De las zonas altas, a las bajas, el agua define en buena medida a Villayón. El embalse de Arbón es uno de los corazones económicos de la comarca. Pero también un lugar de entrenamiento para la Selección Nacional de Piragüismo (sí, con Saúl Craviotto incluído), y en algunas revueltas del valle, desvela paisajes de vocación escandinava.
Se comprende bien que en tiempo de los vikingos algunos estuvieran tentados de quedarse aquí. O que lo hiciesen, depende a quién leas y en disputa con los descendientes de los celtas y los romanos. Celta, por cierto, es el bolo que se juega en Villayón, una variante espectacular que en la capital se disputa en una vieja cantera reacondicionada por el Ayuntamiento y que, cuando no vuelan los bolos, ofrece otro de esos lugares recónditos de encontrarse con el silencio.
Villayón también tuvo relación directa con varios reyes. Uno, Felipe II, le vendió el territorio concejo a los vecinos para eterno enfado del obispado de Oviedo y el monasterio de Corias, que habían estado siglos enfrentados por los derechos sobre Villayón. Otra, Isabel I, cuyo destronamiento por la Revolución Gloriosa de 1868 dio pie a una reconfiguración municipal en la que Villayón se independizó de Navia. Y así, orgulloso, sigue.
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