CRISTINA SECADES. KIWÍN BIO. LOS BAYOS (LLANERA) – 4 HABITANTES
Pequeño gran fruto. Ingeniera forestal, apostó por recuperar dos fincas familiares en los límites de Llanera y Gijón para producir kiwis enanos de cultivo ecológico. Sin subvenciones, el apoyo de los suyos y su tesón han hecho realidad un proyecto innovador

PABLO ANTÓN MARÍN ESTRADA

A Cristina Secades le gusta recordar esa cita del escritor Eduardo Galeano: «Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo». Ingeniera forestal de formación, lleva en sus venas la sangre campesina de sus mayores y, con ella, esa intuición por la necesidad de la labor diaria bien hecha para salir adelante. Trabajó por cuenta ajena durante varios años y, en 2016, decidió lanzarse a labrar su propio presente y futuro laboral recuperando dos fincas familiares en el límite de Gijón con Llanera para el cultivo ecológico de minikiwis en una de ellas junto al de manzanas de mesa en la otra.

El kiwín, una variedad del tamaño de una uva grande, piel de idéntica textura y sabor similar, es la principal apuesta de su proyecto empresarial y al que ha dedicado las mayores energías. «Mi idea inicial era el arándano, pero, al analizar la tierra, vi que no era apta para este producto y sí para el kiwi: es un terreno de vega con bastante humedad al lado del río Aboño y para su cultivo la disponibilidad de agua es fundamental», explica. Ese fue el punto de partida de un proyecto que aunaba el aprovechamiento y uso de un prau improductivo con el autoempleo y el interés de Secades por la alimentación saludable. Para lo último, el fruto elegido era óptimo: «Su piel tiene quince veces más antioxidantes que la pulpa y posee cinco veces más vitamina C que una naranja», detalla. La finca carecía de instalación eléctrica y acceder a una red convencional suponía un coste inasumible. Ello la impulsó a decidirse por una alternativa acorde con su aspiración por la sostenibilidad. «Todo el sistema de riego, control y suministro de energía es solar, también lo será el del obrador para deshidratado de frutos que estoy preparando ahora», apunta.

La emprendedora describe todo el proceso de puesta en marcha de la plantación como una ardua tarea de investigación y lo ha sido también de creatividad. «Para evitar que las heladas estropearan la cosecha, implanté un sistema de microaspersión controlada que se activa manualmente protegiendo el fruto por efecto iglú», desvela, y, para proporcionar a los productos la mayor calidad nutritiva, aplica prácticas de agricultura regenerativa con animales: pitas pintas que abonan la tierra y controlan las plagas de babosas o caracoles o gansos que reducen las tareas de siega y el uso de maquinaria. Comercializa sus productos por venta directa en la propia finca o a través de las redes sociales, recolectando sobre pedido: «Tener una producción pequeña te permite poder escoger cada fruto en su estado óptimo, a la carta, y que llegue al cliente de forma inmediata».

Por su proyecto ha recibido innumerables premios: entre ellos, ‘Empresaria Rural’ de la Asociación de Mujeres Campesinas o el reconocimiento del Instituto Europeo de Innovación y Tecnología en el Empowering Women in Agrifood, pero el hecho de que la finca de kiwis esté en terreno de Gijón la ha excluido de ayudas como las Leader: «Estar en zona periurbana debería suponer un valor añadido, contribuimos a que se mitigue la contaminación y a preservar flora y fauna», opina. «Si todos hablamos de rigidez normativa y trabas, es por algo. Debería estudiarse cada proyecto individualizado y no imponer reglas pensadas para grandes explotaciones. Yo he tenido el apoyo de la familia y soy de carácter obstinado. Si no, habría desistido».