CARPINTERÍA DE RIBERA ASTURILLEROS PACHO (EL ESQUILO, CASTROPOL) – 2 HABITANTES
Martín González se teme que él mismo será el último carpintero de ribera de Asturias. A los 45 años, lleva toda su vida haciendo botes y barcos de madera con su tío y su padre, manteniendo la tradición de la barca de vela latina y… sin apoyos
OCTAVIO VILLA
Muchas decenas de barcas pasan por Astilleros Pacho cada año. De variada tipología, dan mucho trabajo al último carpintero de ribera que queda en activo en Asturias, Martín González, tercera generación de su familia que se dedica a este oficio milenario.
No solo reparar y mantener. La práctica totalidad de barcas de vela latina o mística que surcan la ría del Eo salieron de Astilleros Pacho. Hoy son embarcaciones de prestigio y de tradición, nacidas del diseño secular que los pescadores de bajura del noroccidente asturiano fueron perfilando a lo largo de su historia junto con los muchos carpinteros de ribera que había en sus puertos.
«Hoy, todo es fibra de vidrio o metal. Son embarcaciones más baratas, pero no tienen la estabilidad de las de madera, que tienen el peso mucho más repartido», dice Martín, que tiene una larga lista de clientes dispuestos a esperar los dos a tres meses «de jornadas de doce horas de trabajo» que le lleva crear una de sus barcas de vela latina. Hoy, en su astillero, lo que no entra casi es madera de pino norte: «No sabemos lo que pasa, pero desde hace unos veinte años el pino asturiano es mucho peor, y se pudre en muy poco tiempo». Así que las tablas que conforman los cascos de sus obras «son ahora de iroko», una madera dura y resistente, pero que no permite tablas de gran tamaño.
¿Es negocio? Martín no trabaja en otra cosa y vive de ello. «Aunque mi coche es un Seat León de 18 años». Pero no cree que su hija, que ahora tiene doce años, «vaya a seguir con la tradición. Es un trabajo muy duro y muy exigente, y no tenemos más que dificultades. Se nos supone obligados a cumplir todo tipo de normativas de la Unión Europea, que además están en francés y que se diseñan sin conocer el sector. Por ejemplo, me obligan a tener un tanque de resinas y ventilación específica para resinas… ¡y yo no uso resinas!», comenta, mientras calafatea un casco con estopa de lino.
Todas las dificultades técnicas no serían nada más que interesantes desafíos para él, pero lleva muy mal las administrativas: «El político que viene al astillero solo busca hacerse la foto, pero ninguno hace nada por proteger los oficios tradicionales, al menos aquí». ¿En Asturias? «Sí. A ver, en Galicia hay una asociación de carpinteros de ribera porque la Xunta de Galicia ha conseguido que su barca tradicional, la dorna, sea un Bien de Interés Cultural, lo que facilita mucho todo. Pero aquí se ha dejado que se pierda todo. Han ido cerrando los que tenían carpinterías de ribera en Luanco, en Cudillero… y nadie se ha preocupado».
Como en muchos casos de oficios tradicionales, se podría citar a Aznar: «Es el mercado, amigo». Pero Martín lo niega: «Con apoyo y promoción, hay trabajo para muchos. En Inglaterra y Francia hay mucho mercado para los barcos de madera, porque se aprecian sus cualidades y su historia». No es una cuestión solo de costes. Es también de educación y de sensibilización social hacia los oficios tradicionales.
Es lo mismo que ocurre con los cesteros, los madreñeros o los cunqueiros. Su producto, hoy por hoy, puede parecer desfasado, pero el arte y el oficio que conllevan son conocimientos que una sociedad sana no puede permitirse el lujo de perder.
Que Martín, su padre, su tío y su abuelo, hacían y hacen algo especial es patente en el orgullo con el que hablan de su trabajo y de cada bote que sale del taller. El tío de Martín, Pepe, tiene en su casa un amplio espacio dedicado a exhibir maquetas de las embarcaciones que salieron de Astilleros Pacho y de otros barcos históricos de madera. Solo verlo ya justifica un viaje desde cualquier lugar a Castropol.