Óscar Luis Alonso Cienfuegos
A propósito de la triste noticia del fallecimiento de Pepe el Ferreiro, a quien no he tenido la suerte de conocer personalmente, he leído recientemente varios artículos periodísticos comentando algunas partes relevantes de su vida (y obra). No me encuentro entre quienes pueden hacerlo (me refiero a hablar de su vida), por desconocimiento de causa, pero sí entre quienes desde la distancia puede analizar lo que ha trascendido de su actividad, basándome fundamentalmente en lo que he leído en prensa, para repasar lo que supone desde el punto de vista del emprendimiento rural el aprovechamiento de activos del pasado para la puesta en valor y modernización de entornos locales.
Desde la distancia, como un ciudadano cualquiera, sin ninguna vinculación personal con su entorno familiar o laboral, no puedo más que admirar la relevancia que ha adquirido el museo etnográfico que ha impulsado, y a través del mismo, la cultura rural y una parte muy importante del legado histórico de nuestros antepasados, que nos define y caracteriza. Es un claro ejemplo de cómo a través de unos objetos en desuso, por haber cumplido con creces su vida útil (medida en términos contables), se puede activar económicamente una zona que ha estado recibiendo en algunos tiempos aproximadamente 20000 visitantes anuales al museo, en una localidad de aproximadamente 800 habitantes, si los datos que me han llegado son correctos.
Y radica el mérito, a mi entender, en el nuevo uso que se les da a esos trastos vieyos, que no es otro que el simbolismo de un activo inmaterial que puede ser apartado y denostado, pero no olvidado ni destruido. Ese símbolo pasa a tener una utilidad mucho mayor que la que tuvo en origen, ya que adquiere la flexibilidad suficiente para que cada nuevo usuario extraiga la esencia que más se adecúe a sus necesidades o intereses, desde aspectos técnicos, económicos o históricos, hasta elementos de nostalgia o incluso decorativos.
A mi entender, la diferencia fundamental con respecto a otras iniciativas museográficas, impulsadas desde numerosas administraciones públicas con la intención de dinamizar su oferta cultural y turística a través de su propio museo, muchas de las cuales han resultado un fracaso, ha sido el desarrollo integral y conjunto de lo que Tramonte y Willms han diferenciado como los dos tipos en los que se subdivide el capital cultural, que son el capital cultural estático y el capital cultural relacional. Aunque esta clasificación es utilizada por los autores para plantear un modelo en el contexto del análisis cuantitativo del rendimiento académico, basándose a su vez en la definición y clasificación previa de Bourdieu, se recoge en esencia lo que caracteriza al capital cultural en términos más amplios. El primero (estático) se refiere a las formas de vida y elecciones propias de nuestros antepasados, mientras que el segundo (dinámico) se refiere a como ese capital se utiliza y se transmite en términos intergeneracionales.
El uso continuado y la capacidad de transmisión de elementos culturales generadores de rendimiento económico posibilitan su actualización, su recontextualización y su mantenimiento en el tiempo, en base a una nueva generación de riqueza propia de un proceso acumulativo que permite un crecimiento sostenido y sostenible, evitando tener que partir de cero en un bucle continuo. La exposición de los elementos de una colección de antigüedades, que siempre tendrá un valor importante desde muchos puntos de vista, tiene un carácter estático, pero su utilización y transmisión le confiere un valor añadido dinamizador que lo hace aún más valioso en términos de desarrollo.
La intención de numerosos gestores de la administración local de invertir en equipamientos museísticos para que desempeñasen el papel de dinamizadores de la economía local, con piques entre concejos incluidos, quizás se debería haber hecho desde otro enfoque que hubiese considerado al mencionado equipamiento museístico como el resultado de una cultura dinamizada y dinamizadora, que sigue estando viva aunque no pase por su momento más popular y cuya esencia es imprescindible y fundamental para encarar con éxito el futuro. Es decir, considero condición necesaria que el equipamiento museístico sea resultado, consecuencia y ejemplo de la acción dinamizadora de la cultura y no al revés. Conseguir fondos públicos para arreglar un viejo inmueble que albergue una colección inventariada no ha sido suficiente, en la mayoría de los casos, para cubrir las expectativas de sus promotores. Al igual que el efecto Guggenheim de Bilbao no ha sido el mismo en otras ciudades que han invertido en equipamientos de renombre similares.
El museo de Grandas de Salime, en el ámbito de la etnografía y en su contexto territorial, creo que ha sido un caso claro de éxito, fruto de una gran labor, y se ha convertido en el símbolo de quienes pensamos que los elementos representativos de nuestra cultura rural y tradicional deben ser ejemplo y esencia de nuestro futuro. No olvidemos que el capital cultural forma parte del capital humano y que para dinamizar e impulsar, desde un punto de vista socio económico, territorios concretos es imprescindible contar con una red social que aplique técnicas de emprendimiento novedosas para aprovechar sus recursos y conocimientos. De vez en cuando surgen personas que saben canalizar y potenciar los recursos colectivos para el beneficio e interés general y creo que es de justicia un obligado reconocimiento social. La vehemencia y el carácter fuerte (pero noble) que muchos de sus conocidos han referido a Pepe el Ferreiro me parecen cualidades muy propias de la cultura y sentimiento asturiano, y aunque probablemente le hayan dado algún disgusto y algún mal rato, estoy seguro de que también la han dado muchas satisfacciones y le han permitido hacer cosas importantes y merecedoras del elogio que ha tenido, así como, por desgracia, objeto de la envidia de los miserables (esto lo deduzco o lo supongo porque suele ser así en casos similares). Sin entrar en las polémicas que hayan tenido lugar, que desconozco, o en los aciertos o errores personales, que también desconozco, vaya mi sincero agradecimiento y justo reconocimiento por su importante labor, la que ha trascendido a la sociedad, a ciudadanos como yo, ajeno a su entorno personal o laboral, pero que valora y admira a quienes trabajan bien por la cultura rural, por nuestro pasado y por nuestro futuro.
* Óscar Luis Alonso Cienfuegos. Doctor por la Universidad de Málaga, profesor asociado de la Universidad de Cantabria (Departamento de Economía, Área de Métodos Cuantitativos para la Economía y la Empresa) y Técnico Economista de la Asociación para el Desarrollo Rural e Integral del Oriente de Asturias.