Julio Fernández cuida de sus abejas en el colmenar cercano a Merou / Foto: O. Villa

106 cortines. Los montes de castaño son el paraíso de las abejas. Sus colmenas, una golosina para el oso. Boal alberga más de cien de esos círculos de piedra que dan fe de la eterna pugna entre hombre y plantígrado

OCTAVIO VILLA

Mientras cuida de unas cuarenta colmenas que tiene en un prado de Merou (gestiona unas 700 en unas veinte ubicaciones de Boal) el presidente de la IGP Miel de Asturias, Julio Fernández hijo, cuenta que «en la zona de La Garganta, ayer mismo un oso echó abajo la entrada de un cortín y destrozó todas las colmenas». Los cortines, esas construcciones circulares de piedra y pizarra, muy parecidas en planta a las viviendas de los castros prerromanos que jalonan todo el valle del Navia, protegen trobos (truébanos, troncos vaciados que eran la forma tradicional de alojar a las abejas) y colmenas desde tiempos inmemoriales.

Delante de la pared de un cortín es donde uno se da cuenta realmente hasta qué punto apreciaba el campesino de estas tierras la miel y la cera. Porque mover toneladas de piedra por esas laderas casi verticales supone una hazaña heroica.

En Froseira sigue en pie, entre bosques, la ferrería más productiva de la Asturias del XVIII, cerca de la Cova del Demo

Hoy quedan pocos cortines en activo (es especialmente bonito el que Carlos Siñeriz conserva, más en «honor a mi abuelo» que por otra cosa, en Las Ventas), y no es Boal el único concejo que los tiene. Pero la sensación de estar en uno de ellos en un silencio sólo roto por el zumbido de las abejas –cuidado, un buen picotazo da fe de que protegen lo suyo– y por el sonido del viento en castañales infinitos es sólo comparable a pasear a solas en el atardecer por las bien conservadas ruinas del castro de Pendia o aprovechar los calores de un día de las nuevas primaveras asturianas para disfrutar de un chapuzón en la cola del embalse de Arbón en el área del Castrillón.

Boal ofrece más. A cada paso. Sus empinadas laderas y la omnipresencia del agua generan vistas sorprendentes, como las del mirador de Penouta o las del camino a Froseira sobre los brazos del embalse de Doiras. Sin aliento. En Froseira, el río Urubio mantenía lleno un banzao con el que una ferrería del siglo XVIII era, perdida como está en los montes, la que más producción de hierro daba en toda Asturias. Era en forma de barras que luego se trabajarían en los mazos y fraguas de toda la comarca.

Lo apartado de Froseira la mantiene hoy con su conformación original, con especial encanto en su silencioso fondo de valle, al que el mineral de hierro llegaba desde el País Vasco, de Somorrostro, en barcos que lo dejaban en el puerto fluvial de Porto (Coaña). Los montes proporcionaban el carbón vegetal y el hombre, siempre, el ingenio.