BÁRBARA CANTELI Y AGUSTÍN LAMBERTI. EL TRASGU LA FRONDA. VILLORIA (LAVIANA) – 873 HABITANTES
Educación y sostenibilidad. Bárbara Canteli y Agustín Lamberti gestionan una granja-escuela en los montes de Villoria, desde donde enseñan a niños mayores de diez años a ganar autonomía y respetar la naturaleza
MARÍA AGRA
Bárbara Canteli, natural de Villoria (Laviana), quería vivir una vida tradicional como la que había visto llevar a sus padres y a sus abuelos. Totalmente decidida, en 2008 dejó su actividad profesional, hasta entonces vinculada al «turismo y las actividades deportivas en la naturaleza» y se instaló, con los animales que ya tenía, en unas propiedades familiares ubicadas en un monte a un kilómetro del centro de Villoria. Con vistas a Peña Mea –una de las cumbres más emblemáticas del concejo–, emprendió una empresa de turismo activo con el único objetivo de desarrollar diferentes actividades en la naturaleza. Pero como «vimos que la gente se interesaba muchísimo más por los animales que teníamos, en nuestro caso como recursos normales de nuestra vida diaria, empezamos a gestionar visitas a la granja», que pronto se convirtieron en visitas familiares porque «los padres querían que sus hijos vieran cómo era el día a día en la granja».
Desde entonces, cada verano reciben a un grupo de niños, de al menos diez años, que experimentan casi dos semanas viviendo en la granja y con los que realizan una labor esencialmente pedagógica. Cada uno se encarga de una determinada tarea, que eligen ellos, y toman sus propias decisiones. «Aquí tienen muchísimas responsabilidades: se encargan de su propia comida, de cuidar a los animales, de la limpieza y hasta de la lavadora. Cuando tienen ropa sucia, la echan a lavar y después la tienden», explica Bárbara. Durante el fin de semana, aprovechan para subir a la montaña y dormir en una tenada entre hierba, alrededor de un fuego con el que se preparan la comida y el desayuno. «Tienen que ser mayores porque, a veces, es un poco duro», apunta.
Y como la granja de Bárbara es «como el arca de Noé», con dos vacas, dos burros, dos caballos, nueve cerdos, tres patos grandes, diecisiete patitos, dos conejos, dos cobayas, diecisiete ‘pites’, seis cabras, diez ovejas, perros y gatos, e incluso algunas abejas, también aprenden a respetar la naturaleza y los animales. «Alguno vino al principio con un poco de asco a ciertas cosas, como por ejemplo a coger gusanos, y ahora ya no le tienen miedo a la naturaleza», señala. No sabe si ha dado con la fórmula definitiva para que la gente vuelva a la zona rural, pero cree que, al menos, «es una buena forma» de intentarlo.
Durante el curso escolar, ofrecen una ruta teatralizada basada en la novela ‘La aldea perdida’ del escritor Armando Palacio Valdés. Es una descripción de la Asturias de 1900 en la que los pequeños descubren «cómo se vivía en aquella época, cómo pasamos de la vida rural a la vida industrial, y cómo Asturias exportaba toneladas de avellanas a Inglaterra antes de la industrialización».
Junto a su compañero, Agustín Lamberti, han conseguido sacar adelante un proyecto «sostenible y ecológico». Se alimentan de sus propios animales y el único aporte económico que reciben viene exclusivamente de las actividades que realizan.
Para Bárbara, «esto es un romanticismo». «La vida en el campo es dura. Matar a un animal no es cosa fácil y nosotros sufrimos cada vez que tenemos que hacer la matanza, pero consideramos que es mucho más digno para ellos, aunque nos los comamos, vivir de una forma libre». Como ‘Dumba’, que es la cerda, y tiene hectáreas de monte para corretear con sus ‘dumbitos’.