ASTURIAS CONVIVENCIAS – LA LLAVONA (CABRALES) – 5 HABITANTES
Daniela Noriega. Mexicana con remotas raíces en Cué, dejó Madrid, donde ella y su marido trabajaban en multinacionales, para instalarse en Cabranes. Aquí nació su hijo y su empresa, una asesoría de viajes sostenible

PABLO ANTÓN MARÍN ESTRADA

Antes de asentarse en la región hace siete años, Asturias era para Daniela Noriega –mexicana de 37 años casada con un madrileño– la patria querida de un tatarabuelo que cruzó el charco desde Cué y el lugar de escapada los fines de semana: «Trabajábamos en multinacionales, estrés, jornadas largas, casi ni nos veíamos. Salíamos el viernes a vivir, veníamos a visitar amigos y al irnos era echarse a llorar», rememora. Tomaron juntos la decisión de dar un giro radical, la brújula marcaba el norte y el azar les guió hasta Cabranes. «No sabíamos ni que existía, no conocíamos a nadie, pero teníamos lo que buscábamos: un lugar bonito, a quince minutos de la autovía, con servicios, internet en casa».

Aquí descubrieron que había algo más, un movimiento neorrural con múltiples proyectos impulsados por un común interés en la economía sostenible, el trabajo colaborativo y la apuesta por la producción local. También una rica cultura tradicional que merecía ponerse en valor. Así nació la aventura empresarial de Daniela: Asturias conVivencias, una asesoría de viajes «apegada al territorio que ayuda a la gente a encontrar un plan diferente y que la pone en contacto con la vida rural real».

Su carta de servicios incluye desde ofertas personalizadas de estancia y actividades a quienes se desplazan por su cuenta hasta microexperiencias como la convivencia familiar en una ganadería ecológica o en una quintana tradicional; rutas guiadas para descubrir especies silvestres comestibles y medicinales o talleres de cestería, cerámica e hilado y teñido de lana con artesanos locales.

«La idea surgió observando a los turistas que venían a los alojamientos rurales y que, aparte de los típicos planes de aventura, gastronomía, etcétera, lo más que podían hacer era darse un paseo por el pueblo e ir al chigre, y me decía: ‘Si Pili les pudiera contar para qué sirve un hórreo o cómo se elabora la sidra en un llagar, o si conocieran a Frutos podrían hacer un cesto en una tarde’. Eran los planes que proponía a mis familiares y amigos, y les encantaba. Sobre todo, el trato con la gente, oírles hablar en asturiano, ver cómo era la vida detrás de estas fachadas bonitas de ‘Pueblo ejemplar’ o saber cómo se elaboran aquí productos de kilómetro cero». Un curso en el vivero de empresas municipal le dio las herramientas y una ayuda para autónomos del medio rural le sirvió para abrir la oficina: «Soy yo misma, mi móvil y mi ordenador. Los gastos fijos son mínimos». Aún así, no olvida las cejas alzadas de los asesores de desarrollo local ante su propuesta: «Siempre tuve claro que no era un mero negocio, sino también un proyecto social, ejercer como agente de dinamización de los proyectos sostenibles de la zona, sus tradiciones y cultura, impulsar la marca Cabranes con los valores que transmite para el entorno rural». Además de la oficina virtual, el secreto de un proyecto que nació hace cuatro años –a la par que su hijo– es «la red de colaboradores» con la que cuenta, «que lo hace viable. No soy artesana ni hago sidra ni tengo una casa rural, les pongo en contacto con ellos, colaboramos entre todos. Los clientes se llevan también eso, la idea de que otra forma de vida es posible».