ÁREA NORTE – VILLAR DE CASOMERA (ALLER) – 9  HABITANTES
Maite Prida encontró su lugar en el mundo casi de casualidad, gracias a una cartera rural. «Estaba cansada de Madrid, de Nueva York, de Los Ángeles y hasta de Gijón». Una buena conexión de internet y mucha creatividad facilitan las cosas

OCTAVIO VILLA

Es canaria de Las Palmas, pero ni su acento ecléctico ni sus actitudes la delatan. Tal vez porque por sus venas corre sangre asturiana por parte de padre y vasca, por su madre. Maite Prida Barquín es diseñadora. Estudió diseño de moda en Madrid y amplió sus estudios en Londres, trabajó en Nueva York, en Los Ángeles y en Madrid, y la querencia por Asturias y por sus padres la acabaron trayendo de vuelta a la tierra de los ancestros paternos, a Gijón. En 2003 fundó su agencia de diseño gráfico, Área Norte, en la mayor ciudad de Asturias. Primero en una habitación, luego en un estudio de la plaza del Carmen y a continuación en la avenida de Schultz. Trabajando para clientes grandes (Ministerio de Educación, Consejería de Bienestar, varios ayuntamientos…) y pequeños, «que son los que te piden soluciones concretas muy a la medida para problemas muy concretos, y normalmente con presupuestos más ajustados».

¿Qué hace Maite? Diseño en el sentido más amplio de la expresión. Desde la maquetación de revistas especializadas al desarrollo, junto al MediaLab de la Universidad de Oviedo, de una línea de mascarillas reutilizables, ajustables y de doble capa, de vocación solidaria, bajo el nombre de ‘Mázcaru’ o el incipiente proyecto de bolsos y otros complementos elaborados con lonas de publicidad, llamativos, resistentes «y que además suelen tener ya de por sí un intenso trabajo gráfico y publicitario, que gracias al bolso recibe una segunda vida».

El negocio crecía, siempre de forma colaborativa con otros profesionales, como el fotógrafo Camilo Alonso o el filólogo y poeta Ánxel Álvarez Llano. Y en la relación con ambos, profundos conocedores de Asturias en lo físico y en lo espiritual, está una de las claves de la decisión que Maite tomó hace ahora una década: «Estaba cansada de Madrid, de Nueva York, de Los Ángeles y hasta de Gijón, siempre me tiró el bosque y además soy bastante solitaria. Me puse a buscar un lugar para vivir, sin pensar precisamente en Aller. Un día estaba comiendo en El Xabú, en Cuérigo, y Margot, la dueña, que también fue cartera, me dijo que me iba a enseñar un par de pueblos. El primero no me llenó, pero cuando llegamos aquí, a Villar, fue un flechazo: ‘Ya está, este es mi sitio’, me dije. Fue amor a primera vista».

Era «mi macetero», un conjunto «de tres paredes de piedra que quedaban de una casa entre las cuales no había ya más que vegetación, árboles… una maceta muy grande». La reconstruyó en piedra, acero y madera, no del todo como querría ella haberla diseñado, pero, claro, «solo te dejan hacer todo lo que quieras si te llamas Ronaldo y te vas a Marbella».

¿Y piensas quedarte? «He vivido en muchos sitios, y la vida te enseña que no siempre puedes planear, pero esa es la idea. En Villar soy totalmente feliz y estoy a nada de Oviedo y Gijón», afirma. Pero no solo por la idea inicial de vivir con los paisajes que llenan sus ojos, con el espacio que le permite «mis trasteos con madera, con tela o mil otros experimentos o que Noa –la mastina– esté a sus anchas», sino porque en la menguada vecindad de Villar de Casomera ha hallado «una forma más humana de vivir. Te hacen sentir ‘de Villar’ y han tenido la paciencia de enseñarme a hacer de todo. Yo sabía coger el metro en Nueva York, pero no encender una chimenea. Estoy en primero de patatas, en segundo de madera y en tercero de punto. El primer invierno, con la primera nevada, «alguien me dejó dos troncos secos a la puerta, para que pudiera encender la chimenea. Aún no sé quién fue, pero tengo mis sospechas». Y sonríe otra vez.