ANTONIO DÍAZ. CUCHILLERÍA ANTONIO DÍAZ – VEGA DE LLAN (TARAMUNDI) – 16 HABITANTES
Segunda generación. Tras trabajar en un hotel, Antonio Díaz decidió seguir el camino de su padre y aprender el oficio de herrero en Taramundi, donde fabrica las navajas que cada verano atraen a cientos de turistas

LUCÍA LÓPEZ PÉREZ

Antonio Díaz Bermúdez pertenece a la segunda generación de los pocos artesanos herreros que quedan en Asturias. Con 25 años y tras haber trabajado en un hotel de Taramundi «para ayudar a la familia», comenzó en el oficio de la mano de su padre, quien, pese a estar ya jubilado, cuenta con más de cincuenta años dedicados a la cuchillería a sus espaldas.

En aquella época, allá por 1987, en la que los agricultores eran los únicos que se preocupaban de la cuchillería y en la que el turismo «no existía» en Taramundi, el concejo reunía a casi cien artesanos herreros de los que ahora, solamente quedan seis. Antonio cuenta que el motivo principal de esta pérdida fue la industralización del sector. Mientras que antiguamente todo se hacía a base de «martillo y fragua», actualmente muchos herreros utilizan máquinas para optimizar al máximo el proceso y poder fabricar un mayor número de navajas y cuchillos, especialmente en temporada alta, cuando cientos de turistas acuden a la zona, movidos por la buena fama de las navajas de Taramundi, además de la propia belleza de este concejo, en el extremo occidental de la región.

Nada es comparable al proceso artesanal para Antonio, pues no solo hace que cada pieza sea única –«las navajas de fábrica son todas iguales, pero las hechas a mano tienen todas algún ‘defecto’»–, sino que al ir el acero apretado, «la calidad es muy superior». No obstante, él asegura que sin las fábricas, su profesión no podría mantenerse a día de hoy, puesto que no tendría suficientes para cubrir la demanda. Antonio ha observado en estos años que «el turista viene a nosotros por la fama de las navajas de antaño», cuando la navaja de Taramundi era considerada gallega y no asturiana –ya que era desde Galicia desde donde se exportaba– y no tiembla al asegurar rotundamente que «vivimos del turismo».

Él dice tener suerte, puesto que sus hijos, de 27 y 18 años, ya forman parte del oficio y por su taller «todos los días pasa alguien, siempre tengo encargos». Esto, no obstante, no le hace ignorar la situación en la que se encuentra su zona, donde los servicios de transporte son precarios y la burocracia no ayuda: «Si tenemos que hacer cualquier trámite administrativo tenemos que irnos a Oviedo, son 180 kilómetros que tenemos que movernos». También asegura que a nivel sanitario las opciones, en un lugar donde al menos la mitad de la población supera los 60 años, son mínimas, pues pese a tener el hospital de Jarrio cerca, «muchas personas si se ven muy apuradas acaban yéndose a Oviedo, porque el hospital de aquí lo están desmantelando». Incluso cuenta que, al estar en el límite con Galicia, algunas personas «vemos más fácil acercarnos a Lugo, donde desde siempre nos han ayudado».

Respecto a su papel como artesano, Antonio cuenta que la Administración no siempre le ha puesto las cosas sencillas, lo que ha hecho que mantener puestos de trabajo equiparables al suyo haya sido imposible para algunos: «La propia legislación debería proteger al artesano, si un pintor tiene un IVA súperreducido alguien que trabaje a mano también debería tenerlo». Él admite que es muy complicado conseguirlo, pero se respalda en la red que ha creado junto con otros profesionales del pueblo: «La unión entre todos es lo que nos tira hacia arriba. Los pocos artesanos que quedamos estamos manteniendo el nombre de Taramundi en lo alto».