ÁNGEL MENÉNDEZ RUBIO. MUSEO DE LAS AYALGAS – SILVIELLA (BELMONTE DE MIRANDA) – 56 HABITANTES
Tesoros. Una colección en la que cabe una moto con sidecar de la Segunda Guerra Mundial, una segadora de tracción animal, molinos de rueda, calculadoras manuales o una fábrica de sifón. Es la apuesta de este industrial tinetense decidido a revitalizar la zona
PABLO ANTÓN MARÍN ESTRADA
Ayalga significa tesoro en asturiano, una palabra a la que el diccionario de la Academia de la Llingua le da tres acepciones: la de objeto o conjunto de objetos valiosos que permanecen escondidos, el lugar donde se cree que existe ese hallazgo oculto y también la recompensa que se da o se recibe por encontrar algo perdido. Todas servirían para definir el Museo Las Ayalgas de Silviella, el sueño cumplido del industrial tinetense Ángel Menéndez Rubio ‘Torcón’, un hombre de múltiples e inagotables saberes adquiridos de forma autodidacta que ha querido convertir la afición por recuperar y restaurar máquinas de todo tipo en su empresa más personal. Instalado en una antigua nave diseñada por Joaquín Vaquero Turcios para la central hidroeléctrica de Grandas de Salime que fue trasladada posteriormente para servir como edificio de servicios del Salto de Miranda, el complejo creado por Menéndez ofrece un espacio de 2.000 metros cuadrados dedicado a exposición de las piezas recuperadas, un taller de restauración y una cafetería con tienda de productos autóctonos.
«No conozco un solo museo que sea rentable, todos tienen pérdidas. Nuestro objetivo es ir ajustando costes con los ingresos de todo el conjunto: entradas del museo, el servicio de hostelería y piezas restauradas a particulares y con ello poder mantener también los cuatro puestos de trabajo con los que contamos», explica el promotor de esta singular colección abierta al público en la que se exhiben en perfecto uso aperos tradicionales, ingenios y maquinaria agrícola e industrial de diversas épocas, vehículos a motor o de tracción animal y la más variada clase de utensilios de uso cotidiano o profesional.
«Siempre me gustó rescatar maquinaria agrícola: empecé con una trilladora de trigo de la familia, de las primeras que llegaron, y poco a poco fui acumulando tanto que llegué a pensar que tenía Síndrome de Diógenes. Se me ocurrió la idea del museo para curarme», relata entre risas. Su plan inicial era ubicarlo en Tineo, lo desechó por lo elevado de la inversión y optó por esta nave de Silviella de su propiedad. Otras razones pesaron en la decisión: «Es un lugar de paso hacia Somiedo con mucha afluencia, sobre todo en verano y quería ayudar a reactivar Belmonte que solo tiene como aliciente la Casa del Lobo. Este es mi granito de arena para dar un poco de vida al medio rural, que falta le hace», argumenta el fundador del museo. Menéndez ve con especial preocupación el presente de su zona: «El Occidente está completamente abandonado, en carreteras lo vemos estos días con el argayo que nos dejó incomunicados», denuncia.
En cuanto al perfil de visitantes de Las Ayalgas, su creador señala que «está enfocado a las familias, por eso es muy variado y puede gustar a los críos como a los padres. En verano viene mucha gente de fuera, los hoteles y casas rurales nos mandan visitas. De momento va despacio y aún no lo rentabilizamos, pero estoy seguro de que lo vamos a conseguir», expresa Menéndez con sinceridad. «Me crié en un mundo campesino, mi padre me enseñó a arreglar las cosas y a buscarme la vida. Con el museo, quiero también mostrar que, para saber a dónde queremos ir, tenemos que saber de dónde venimos», sentencia.