ANA LABAD. ANCHOAS HAZAS. LUCES (COLUNGA) – 143 HABITANTES
Tradición e innovación. Madrileña de Carabanchel y comercial de publicidad, formó su familia en Colunga hace quince años y aquí ha creado su empresa conservera con  la anchoa como base. Sus productos han recibido premios internacionales y da empleo a nueve trabajadoras locales

PABLO ANTÓN MARÍN ESTRADA

La mejor anchoa en conserva del mundo no es de Santoña, aunque le pese al presidente cántabro Revilla: se pesca en Llastres y se envasa a un kilómetro de allí, en Luces. Esa es una de las mayores alegrías que ha cosechado la emprendedora Ana Labad para la marca que creó hace cuatro años: Anchoas Hazas, recuperando la tradición conservera llastrina. Desde entonces, le han ido lloviendo reconocimientos. Además del Golden Fork de los Great Taste, tiene el Premio a la Mujer Rural y el del Mejor Proyecto Empresarial de Valnalón. Pero la mayor satisfacción de esta madrileña de Carabanchel, afincada en el concejo de Colunga desde hace quince años, es la acogida de los clientes a sus productos y la de haber visto crecer su pequeña empresa hasta los nueve puestos de trabajo locales –todos mujeres– que hoy mantiene en un municipio, donde, como apunta, «solo hay empleo en verano».

El vínculo de Labad con la zona se remonta a su infancia («venía de pequeñina a veranear») y, cuando finalmente sus padres decidieron trasladar aquí su residencia, ella los siguió. «Fue entonces cuando conocí a Agustín, mi marido. Nunca había pensado en emprender, era comercial de publicidad y, de hecho, mi primer trabajo en Asturias fue para EL COMERCIO», relata. El salto lo dio con Agustín al hacerse cargo de la tienda familiar. «La idea de las anchoas surgió ahí, ya que la mayoría de las clientas sabían envasarlas porque habían trabajado en las fábricas que hubo en Llastres. Ellas nos enseñaron el proceso, hicimos pruebas y nos salieron ricas. El primer año elaboramos quinientos kilos, ahora producimos entre quince y veinte mil», detalla. Compran la materia prima directamente a los pescadores en primavera, «cuando el bocarte tiene mejor calidad porque trae hueva y menos grasa. Luego lo tenemos curando año y medio».

La empresaria expone su compromiso con el ámbito local de su negocio y con el propio entorno: «Trabajamos con artesanos colungueses: las mallas que envuelven las latas las tejen las rederas de Llastres con el modelo usado para pescar bocarte, las cajas las fabrica Joaquín, el carpintero de Luces, y el diseño es de Alex Gammicchia, un ilustrador de Colunga. Teníamos el objetivo de residuos cero y lo hemos logrado: la sal del fondo de los barriles mezclada con espinas va al muelle para que lo utilicen los pescadores como cebo», desvela. Para el resto de materia sobrante, durante el confinamiento resolvieron ampliar con ello su gama de productos: «Con los ‘cachinos’ sueltos hacemos aceitunas rellenas y con los bocartes que no dan la talla, gildas y bocadinos de anchoa y queso; la salmuera de los barriles se tritura y elaboramos colatura, para alta restauración; también comenzamos a envasar boquerones en vinagre y pasta de anchoa». La venta ‘online’ y, sobre todo, la directa es la principal vía de salida de sus latas: «En verano tenemos cola aquí y contamos con clientes fijos. Entre ellos, restaurantes como Casa Marcial, Arbidel o nuestro vecino Palacio de Luces».

A nivel personal, defiende «la calidad de vida en los pueblos»: «Tengo un niño de ocho años y aquí puede jugar sin peligro en la calle». Y, como recetas para revitalizar el medio rural, apuesta por «creernos de verdad los buenos productos que tenemos en Asturias, y pensar en grande, emprender para sacar fuera lo que hacemos y crear puestos de trabajo que sirvan para fijar población».