AGRÍCOLA CASA AGUSTÍN – PIEDELORO (CARREÑO) – 186 HABITANTES
Invernaderos. Silverio dejó Leroy Merlin en 2013 para trabajar el campo y un año después fundó con su pareja Agrícola Casa Agustín, empresa que produce 15.000 lechugas a la semana
MARÍA JARDÓN
La agricultura es dura, hay que trabajar mucho pero es agradecida. Hay mucha gente de ciudad que es feliz cuando el fin de semana pueden acercarse a la huertina y mancharse las manos de tierra». Ese es el sentimiento que define la pasión que trasmite Silverio Ramón Prendes al hablar de su trabajo. Este carreñense tomó el testigo de su padre para cultivar sus tierras en Piedeloro. Mientras que su progenitor iba dejando de lado la ganadería y adentrándose en el mundo de la agricultura, él formó una sociedad con unos amigos y abrieron 4 bares que regentaba en Avilés. Más adelante, dejó el mundo de la noche –«yo soy más tranquilo», afirma– y comenzó a trabajar en Leroy Merlín. Tras cinco años en la empresa y al cumplir los 30, llegó el momento en el que «o dabas un paso para adelante, o te acomodabas». Y eso hizo. Su padre ya se había jubilado y en 2013 decidió ahorrar y apostar por el campo.
Durante el primer año compatibilizó esta labor con su puesto de trabajo, pero «pronto empecé a sacar más dinero de aquí que del otro lado y fue cuando decidí dejarlo», recuerda. Un año después, se incorporó su pareja, Gisele Fernandes de Almeida, y juntos crearon la sociedad Agrícola Casa Agustín, que cultiva verduras. Ser trata de una empresa que fue duro poner en marcha porque «te tienes que ganar el puesto. Teníamos unas lechugas maravillosas, pero muchas tuvimos que destruirlas porque se pasaban. Las empresas ya tenían sus proveedores habituales y cuesta abrirse un hueco», recordaba.
Hoy en día son proveedores de cadenas de supermercados como El Arco, Masymas y Fruasa. Disponen de seis hectáreas de cultivo, 20 invernaderos y producen unas 15.000 lechugas a la semana en verano y 10.000 en invierno de las variedades trocadero, batavia y hoja de roble. A mayores han plantado 40.000 repollos este año y calabaza, que están recolectando ahora.
Esta pareja pasó de vivir en Avilés, donde tenía un piso, a trasladarse a Candás cuando empezaron con el negocio y, desde hace unos años, han fijado su residencia en una casa pegada a sus invernaderos. «A mi me costó un poco más», explica Fernandes, «porque en Candás teníamos todo, pero esto es una vida muy tranquila y el hecho de salir y tener el trabajo aquí es muy cómodo». «Teletrabajamos», sonríe Prendes.
Un negocio familiar con impacto económico en el concejo, puesto que «supone 5 puestos de trabajo, que últimamente no se valora, pero para que los pueblos vivan tienen que vivir de algo. Hay quien piensa que pueden hacerlo de ayudas o subvenciones, pero tienen que vivir de una economía real» señala Prendes. Además, «aunque la agricultura está bastante denostada, está demostrado que de China o Ucrania no puede venir y alguien tiene que hacerlo», afirma. «La agricultura es dura, pero es un trabajo agradecido, más duro y más agradecido que otros», continua.
Para Fernandes, por su parte, la vida en el campo le ha dado la posibilidad de conciliar. «Aunque tenga que echar horas por la tarde tengo a mis hijos conmigo», dice, y recalca el hecho de que ellos se puedan criar en este entorno: «Es otra vida totalmente distinta». A este respecto, Prendes, que tiene la experiencia de haber crecido en este pueblo, opina que «entre los 15 y los 25 años es una mala época para vivir en el campo, porque los jóvenes quieren otras cosas, pero el resto del tiempo es muy bueno porque la vida pasa de otra manera, a otro ritmo».